sábado, 27 de marzo de 2010

Arte, sencillamente

Cuenta Gombrich, en ese estupendo libro de iniciación que es La Historia del Arte, que Giotto, pintor al que se considera la “chispa iniciadora” del Renacimiento italiano, supuso para el devenir del Arte una novedad, no sólo en lo relativo a su modo de pintar, sino también porque dio pie al interés por la figura del artista además de por su obra. Hasta entonces –dice Gombrich-,"[...] existieron maestros que gozaron de general estimación y que fueron recomendados de unos monasterios a otros [...]. Pero, en conjunto, nadie pensaba que fuera necesario conservar los nombres de esos maestros para la posteridad. Eran para las gentes de entonces lo que para nosotros el ebanista o el sastre."
Probablemente sea a partir de ahí, a partir de esa nueva manera de mirar y considerar al artista, cuando se crea la división entre Artes Mayores y Artes Aplicadas, entre lo que hoy conocemos como Arte, a secas, y esas otras que engloba la palabra Artesanía.
Siendo todas creación, y basándose todas en la tradición –el Arte sin límites cercanos acaba siendo incomprensible, al menos hasta que se construye un contexto adecuado-, los rumbos de unas disciplinas y otras fueron diferentes.
Y mientras que los artistas que buscaban hacer perdurar su nombre tomaron como norte la poesía, por lo que tenía de invención, la artesanía no renegó de su vínculo con la tecné, con la que los griegos se habían referido a las artes en general. El Arte tomó así el papel de avanzadilla y abanderó búsquedas que ponían en peligro nuestra estabilidad y nuestra comodidad, metiendo siempre el pie un poquito más allá de la raya que marcaba la frontera, mientras que la Artesanía se dedicó, sencillamente, a sembrar un componente estético en lo que nos rodea y sin el que todo parecería vianda sin sal,
Esta aparente disyuntiva, sin embargo, no es excluyente como pudiera parecer. Ya decía Matisse, tiempo después, que a él le gustaba que el cuadro fuera “como un sillón cómodo” en el que reposarse. Y hay, como dicen los mayores, tiempo para todo: para guerrear y para descansar, para buscar y para encontrar, para explorar y para gozar tranquilamente de lo descubierto.
Por eso siguen siendo necesarias una y otra forma de entender la estética.
Y por eso es tan interesante la visita a la Exposición que ha montado la Asociación de Artesanos de Úbeda, en colaboración con el artista Nicolás de la Torre. Una muestra en la que se establece un diálogo muy sobrio, sin aspavientos, entre las piezas creadas por los artesanos y los dibujos hechos a partir de las mismas.
Resulta así revelador ver lo que las une y lo que las separa, en constante enfrentamiento. Cómo doblegan los artesanos materiales díscolos como el hierro, el cristal, el barro, la madera, la pita o el cartón, cómo los pliegan, los quiebran, los ahuecan, los trocean, los obligan y cómo al mismo tiempo los respetan y los escuchan para hacer que se adapten a nuestro entorno y nos transporten al mismo tiempo a otro lugar, a otras texturas, a otra naturaleza.
Y a su lado, que no en frente, los dibujos fluidos, casi sin concesiones a la propia mano del autor, llenos en su limpieza de reverencia y respeto ante el trabajo duro de las manos gastadas capaces de encontrar secretos en la materia. Los dibujos, reflejando el brillo de la cerámica, el grosor del hierro, la transparencia del cristal, la armonía cálida de la madera, la vida dormida de lo vegetal o el alegre gozo del humilde cartón.
Nicolás utiliza así esos otros materiales propios del Arte que siguió otro camino para volver la mirada a sus hermanos y hace que el lápiz, la acuarela, la témpera y el papel se ofrezcan como mediadores, si es que hiciera falta, para hacernos ver lo elegante, lo sinuoso, lo estimulante o lo armonioso como soporte necesario para nuestros días.
Y en este diálogo reconciliador encontramos que todo es más sencillo: lo cotidiano se convierte en extraordinario y lo extraordinario nos descubre lo cotidiano. Arte, en una única palabra.
Nono Granero
“Artesanía Dibujada”.Nicolás de la Torre y la Asociación de Artesanos de Úbeda. Sala de Exposiciones del Palacio Don Luis de la Cueva de Úbeda. Del 26 al 4 de Abril.

viernes, 26 de marzo de 2010

REVUELO DE MANOS CAÍDAS AL SUELO

Cada Domingo de Ramos, durante la procesión del borriquillo hay un revuelo de manos caídas al suelo de niños pobres que no estrenan nada. Los chiquillos se afanan en recoger sus manitas del suelo, pero como no tienen manos, precisamente, pues se las recogen otros, en medio de un frenesí de empujones, piernas y puritos americanos. Son muchos los niños desmanados y el doble el número de manos, así que con semejante enredo los niños acaban colocándose las que no son suyas, a uno les quedarán grandes y a otros pequeñas, pero se conforman, porque les han enseñado a no despreciar lo que se recoge. Y así, por culpa de refranes mutiladores, esos mismos niños, cuando lleguen a adultos agarrarán la vida con las manos de otro, acariciarán, golpearán, alumbrarán, asesinarán, plantarán tomates, construirán catedrales o escribirán cuentos con manos que no son las suyas. En la década oscura de los cuarenta, a Manolo Maestro, que era el muchacho más pobre de Ubeda, se le cayeron las manos un domingo de Ramos durante la procesión del borriquillo. Aquella tarde, inesperadamente estalló una tormenta, los tronos, los penitentes, las gentes y las palmas se volvieron y revolvieron en estampidas bajo una manta de agua. Dicen que los tronos y los santos, en su intento de regresar atropelladamente al templo, sufrieron desperfectos. Con semejante ajetreo, Manolo Maestro sólo pudo recuperar del suelo su mano izquierda, y aunque estuvo buscando durante toda la tarde la otra, no dio con ella. Así, manquito por la vida, pudo sin embargo hacer muchas cosas, pudo arreglar sillas y barnizar mesas, pudo manejar la gubia y el formón, pudo construir muebles y juguetes de madera, pudo conquistar a una mujer, hacerse una casa y formar una familia. Ya de mayor, viudo y melancólico, cuando le ganaba la nostalgia, pensaba cómo habría sido de su vida si hubiera tenido las dos manos y se preguntaba qué habría pasado con su mano perdida. El año pasado, descubrió, durante la procesión del borriquillo, que esa mano había estado todo el tiempo muy cerca sin que él se diera cuenta, unida de alguna manera a esa procesión. Se dio cuenta, en fin, de que esa mano que se levanta, la del Carpintero, esa que parece bendecir el mundo, es la suya. ___________________________________ Luis Foronda.- ________________ Dibujo de Nono Granero.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Creatividad y Pasta de dientes

Si convenimos en que, siguiendo a la madre de Forrest Gump, la vida es como una caja de bombones, entonces la creatividad funciona igual que un tubo de dentífrico: cuanto más fuerte se aprieta, más lejos se llega.

Hay quien ve así como una ventaja la ceguera de Homero, la sordera de Beethoven o los problemas de crecimiento del Messi adolescente.

No soy amigo de mirar más allá de la obra, porque ocurre a menudo que la historia personal de un artista, enfatizada por personas ajenas a él, parece venir, más que a ayudar a comprenderla, a completar los huecos técnicos o conceptuales que desde una mirada académica puedan encontrarse.

Pero en la exposición de Manuel Poisón es el mismo artista el que pone ante nuestros ojos su situación personal, no como exhibición justificadora, sino como evidencia natural del motor de su trabajo.

Probablemente desde antes de que Dubuffet acuñara el término Art Brut, o desde que Roger Cardinal lo rebautizara como Outsider Art, ya existía una larga tradición de personas que emplean medios artísticos para anatematizar sus demonios interiores o exteriores, para buscar en el olor del aguarrás, el movimiento de las manos y el manejo de los materiales plásticos, un remedio terapéutico para el dolor o los ocios forzosos. Y a menudo, artistas importantes y concienciados responsables de instituciones aliados con psicólogos, han entendido que hay que favorecer esta vía de expresión. Por que el arte, entre otras funciones –y, quizá, en todo este tiempo, no hayamos tenido ocasión de tratar de esta vertiente-, ayuda a sobrellevarse a uno mismo, a la par que al mundo en que estamos inmersos, voluntariamente o no.

Y es en ese recorte de libertades donde la presión del tubo, en el caso de hoy, es tanta, que lo hace reventar por los lados para ofrecernos trabajos variopintos en forma y concepción.

Podremos encontrar así, desde obras con un cierto carácter totémico, con tintas planas, fuertes simetrías y ritmos fijos que combinan personajes distintos en una misma figura, a escenas satíricas, con una elaboración formal cercana al expresionismo primigenio, y en las que el título juega un papel crucial para terminar de armar parábolas o denunciar situaciones incómodas del modo más áspero y desnudo posible.

Queda otro grupo de obras en las que, olvidando un poco esta tensión narrativa, el artista parece deleitarse redescubriendo las virtudes de un material humilde que, en su suave lirismo de formas vagas, parece hacernos descansar y hasta flotar, tras la angustia y el encontronazo salvaje.

Nosotros, como espectadores, podremos decantarnos por unas u otras. Pero visitar muestras así siempre será interesante para conocer realidades distintas a la nuestra, que fácilmente se olvidan y de las que nadie parece hablar nunca, pendientes como estamos del norte que nos marcan desde los telediarios a la hora de empatizar con nuestros semejantes.

Un arte que viene a purgarnos, a sacudirnos un poco desde lo más cercano. ¿Qué más se le puede pedir a una exposición?

Exposición: El mundo de Poisón desde dentro. Sala de Exposiciones "Pintor Elbo" del Hospital de Santiago de Úbeda. Hasta el 21 de Marzo de 2010

Nono Granero

lunes, 22 de marzo de 2010

EN FIN, LA PRIMAVERA

Doblando la esquina, con su pelo brillantino y su traje almidonado, fina estampa, relamido, semblante lechugino, mirada seductora, aparece don Perfecto. Don Perfecto, como es perfecto, ha esperado a que llegue la primavera, para declararle su amor a la mujer de sus sueños, doña Ordinaria, de la que anda bastante enamorado. Y don Perfecto, como es perfecto, corta un puñado de rosas de su perfecto jardín, arma con ellas un ramo casi perfecto, lo mira y remira y advierte que el ramo no alcanzará la absoluta perfección hasta que no arranque de los tallos todas las espinas. Con la ayuda de unas tijeras perfectas quita pues todas las espinas a las rosas y se marcha tan contento al encuentro de doña Ordinaria. Y en medio de la primavera renacida asoma doña Ordinaria, pelo aceitoso, traje punteado, bruta estampa, mirada travesera. Don Perfecto se le acerca ramo en mano, rodilla en tierra. “¡Doña Ordinaria, la amo, haré todo lo que usted me pida por ser digno de su agrado!”. Y doña Ordinaria, lo rechaza con grandes aspavientos y un montón de palabrotas. “¡Y métase las flores en el culo, don Perfecto!” Y don Perfecto, como es perfecto, cumple su palabra. Se incorpora y se aleja con las flores. No saben ustedes cuánto agradeció haberles quitado las espinas. _______________________________ Luis Foronda.- _________________ Dibujo de Nono Granero

lunes, 15 de marzo de 2010

OJOS QUE NO VEN


El caso más extraño de la medicina moderna me ha sucedido a mí: Padezco lo que los médicos han dado en denominar, (en un arrebato de galena perspicacia), “síndrome de ceguera amorosa”. Yo era un hombre normal …y la conocí a ella. Qué les puedo decir: Maravillosa. Así, de repente, todas sus formas frente a mis ojos, todas sus palabras en mi oído, todos sus besos en mis labios, todas sus caricias en todos los rincones de mi piel. Así, de repente, definida ella frente a mí, precisa ella frente a mi, cierta ella frente a mi, perfecta. Sin embargo, llegó el amor y a medida que yo me iba enamorando, ella se me iba volviendo un poco traslucida, sólo ella, nadie más. Y si mi amor aumentaba un día, ella más transparente se me volvía y si un día la quería menos, la veía más y si otro día la quería mucho, no la veía nada. Sometido el caso a la comunidad científica, después de millones de pruebas, me diagnosticaron un enamoramiento excesivo, un estado catatónico de amor que limitaba el resto de las aptitudes sensoriales de mi cuerpo, que ahora en principio parecía haberse centrado sólo en la vista, pero que de seguir así podría extenderse al resto de los sentidos. Y lo más curioso de todo era que las demás cosas, a las demás personas, las veía perfectamente, como siempre y que mi mal se daba sólo con ella. No hay cura, porque es inevitable: la amo, absolutamente. Los médicos han acertado. Ahora, absolutamente enamorado de ella, ya no la veo y tampoco la oigo y si extiendo mis manos, tampoco la toco. Ahora, absolutamente enamorado de ella, creo sin embargo, que ella sigue aquí, que no se ha ido, que continúa a mi lado. Absolutamente. _________________________Luis Foronda. ______________________ Dibujo de Nono Granero.

sábado, 13 de marzo de 2010

Naturaleza: orden y desorden

Para entender la enorme riqueza del mundo, para apreciarla sin sentirse avasallado, nuestra cabeza ordena sistemáticamente. Necesitamos hacer grupos, desglosar, trocear, picar y clasificar, hacer compartimentos: Cajón-caja-cajita-cajitita; Orden-clase-género-familia-especie.
Cuando de lo que se trata es de dibujar, la cosa se complica. Lo saben bien los pintores noveles, que ven cómo se pelean entre sus dedos los conceptos que engloban y las imágenes que individualizan.
No sólo los principiantes: cualquier artista que mire a la naturaleza, que tome lo que necesite de nuestro entorno para crear propuestas propias y universos nuevos, también debe enfrentar esas inercias. Y es en esa pelea donde se definirá el estilo de un creador.
Pongamos un ejemplo: Frente a la complejidad del orden de nacimiento de las hojas de un árbol, la primera respuesta, los primeros dibujos que cualquier persona realiza, pasan por la elaboración de un círculo que abarque la copa y una o dos líneas que conformen el tronco.
Pero lo global tiende a lo simétrico. Y lo simétrico siempre parece artificial.
Se definen así un par de extremos, con lo natural a un lado y lo artificial al otro, entre los que el artista, moviéndose como un péndulo sobre la cuerda floja, debe posicionarse. Si quiere una obra fresca, debe huir del segundo extremo. Si se aleja demasiado, el caos abierto con que se encuentra puede hacerle naufragar entre detalles.
Por eso me gusta tanto Maruja Mallo. Porque es una artista capaz de mantenerse en el trapecio con los ojos grandes de una Pinito del Oro, temblando en su silla, hipnotizándonos con sus simetrías artificiales aplicadas a elementos tan orgánicos en sus formas como una concha o una flor.
Y como ocurre con la música de Nyman –que hipnotiza introduciendo en su repetición, de puntillas, ligeros cambios imprevistos-, las simetrías de Maruja Mallo, con la influencia ordenadora de un constructivismo bien asimilado, saben hacerse las interesantes, atraer nuestra mirada y engancharla en una indeterminación magnética.
Por eso quedamos enganchados en obras como la “Sorpresa del Trigo” con sus ojos ausentes y sus delicadas simetrías engañosas, a la manera de la "Catedral" de Rodin.
O en su cabeza de "Actriz", poderosa, soslayando lo decorativo que Maruja Mallo reconocía en la base del nacimiento de la pintura, sin renunciar a esos ritmos que cobrarán mayor energía a base de formas geométricas y giros vertiginosos encarnados en los cuerpos de sus Gimnastas de trisquel. O en su "Cabeza de Negra", de título políticamente incorrecto, cuello de columna dórica y peinado de corazón de piedra, que nos provoca sensualidades con la fría carnalidad de lo que está a un sólo paso de lo inhumano.
Leía el otro día un comentario en el que decían que Maruja Mallo es una artista menor; y puede ser que no encuentre su lugar en el Olimpo de los grandes. Pero para los que olvidamos los nombres y masticamos las obras, Mallo es, inevitablemente, como un icono románico: una figura que, precisamente por unir sin fisuras opciones lejanas, se hace imprescindible, inolvidable y, claro está, inclasificable.
Exposición MARUJA MALLO. Del 28 de Enero al 4 de Abril de 2010 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Alcalá 13, Madrid.
Nono Granero.

lunes, 8 de marzo de 2010

Más baldas, más arte

Dice el refrán que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Dejando al margen la relativa verdad que estos aforismos encierran, cuando escucho éste siempre me viene a la cabeza la imagen de un invento de Marcel Duchamp, uno de esos artistas que gustan de situarse al lado de las frases hechas o de los objetos dados por conocidos, para jugar con ellos.

Y es que Duchamp diseñó una puerta en 1927 para su apartamento que servía, simultáneamente, para el cuarto de baño y para el estudio.

Podemos verla en la imagen: está en una esquina. Si abro desde fuera, al empujarla hacia el interior, llega a topar con el marco en que se encaja, cerrando el baño. Si, una vez dentro del estudio, quiero pasar al baño, al abrirla cierro aquél.

Y ando pensando en esta obra, porque en estos días tengo sentimientos encontrados con respecto a una apertura que ha traído consigo un cierre definitivo, o con una dejadez desembocada en cierre que ha propiciado una apertura.

En el edificio del Hospital de Santigo, había una sala que llamaban “de Exposiciones Esteban Jamete”. Como no hay suficiente personal, llevaba cerrada no sé cuánto tiempo.

Era –es, porque la sala existe, reconvertida-, un lugar recoleto, ideal para dar salida a una de esas propuestas de sentido común que siempre que tengo ocasión demando al aire: la necesidad de crear programaciones artísticas coherentes y constantes –ya hemos visto lo que es capaz de hacer el agua, no siendo excesiva, si no deja de caer durante meses-, que incluyan la posibilidad de exponerse a los creadores que empiezan, que trabajan en un área geográfica muy concreta o que, sencillamente, hacen por placer y no sienten la necesidad de andar dando viajes o cabezazos por ahí para mostrar lo que, pacientemente y sin más pretensión que la propia búsqueda y el propio reto –y ya hablaremos de esto en próximos días-, quieren mostrar.

Esa sala ha dejado de estar cerrada desde la semana pasada. Y como quería ver qué había sido de ella, fui a visitarla en cuanto me enteré. Amablemente me abrieron la puerta y encontré, siendo lo mismo, otro espacio: diáfano, luminoso, abierto. Con mejor luz, con mesas redondas que me proponían un nuevo circuito por recorrer, distinto al que marcaban las paredes habituales. Y en éstas, en lugar de cuadros, había estanterías: Y en ellas, baldas; y en las baldas, libros.

A algunos de esos libros yo ya los conocía. Los había entrevisto en un almacén oscuro, amalgamados, apilados unos sobre otros, escondidos casi como si tuvieran miedo de que alguien los viera y los tocara. Si, por gentileza de Diego, de Juan o de Pepa, accedía a su cubículo, podía tomar alguno del lomo, acariciarlo e, incluso, abrirle despacio las guardas. Y encontraba tesoros y perlas, aventuras y colores que, contentos al fin de mostrarse, parecían preguntar por su extraño cautiverio.

Esos libros que no tenían sitio, lucen ahora como recién salidos de la imprenta, y exhiben sus títulos orgullosos y espaciosos en la nueva Sala Infantil de la Biblioteca Juan Pasquau.

Y yo, que soy relativamente práctico, dejo a un lado la tristeza del cierre y agarrando el pomo de la puerta común, me introduzco de lleno en este espacio que, curiosamente, está aún más repleto de arte de lo que nunca estuvo. Porque los libros infantiles contienen tesoros sin cuento. Porque insisto siempre en que los libros ilustrados –que sólo por el hecho de tener menos letras suelen vivir aquí-, son obras de arte completas en sí mismas de tirada limitada.

Y porque esos tesoros son de todos y están ahora a nuestra disposición . Eso sí, teniendo cuidado de devolverlos de nuevo en quince días, para que otros sigan abriendo esas hojas por las que, quizá en un futuro, entre alguien capaz de explicarnos que se pueden tener dos puertas en lugar de una, que no hay por qué cerrar para abrir y que casa con dos puertas, siempre, siempre, es un lugar en el que se respirará mejor, porque se pueden hacer sanísimas corrientes de aire.

Nono Granero

domingo, 7 de marzo de 2010

El vuelo de la golondrina

Llovía mucho y a mediodía el Bar “La golondrina” comenzaba a reunir a su habitual parroquia. Ese día, sentado en el taburete, con los dos codos apoyados en la barra y sus manos en la cara, Marianito Rojas se quedó alelado, con los ojos fijos en su vaso de vino tinto. Luego de unos minutos, suspiró y me preguntó: -"¿Tú qué piensas, tronco? ¿Qué el vaso está medio lleno o medio vacío? " Yo de pie, a su lado, miré con un ojo a la cristalera, vi tristes chuzos pinchando los saludos bajo un hormigueo de paraguas, con el otro vi una abúlica niebla que se aproximaba desde lo alto de la calle. -"Dime tronco – insistió Marianito Rojas sin mirarme - ¿medio lleno o medio vacío? " Me volví hacia él y ahíto de estrabismo le dije: - "Eres un puto optimista" . Y bruscamente, tomé su vaso y de un solo trago, me lo bebí. -"Ahí tienes la respuesta" - concluí. Aquel trago agrio me sentó como un tiro en el estómago. Así que, sin despedirme de Marianito Rojas y sin paraguas, me vine volando a mi casa a vomitar filosofía. ... En ello ando todavía. ___________________________________ Luis Foronda. ___________________ Dibujo de Nono Granero.

lunes, 1 de marzo de 2010

La lógica del equilibrio

El Gran Circo Nevada plantó su carpa en el campo de los silos. Entre grandes cartelones de payasos se anunciaba la actuación del famosísimo funambulista Bruno Rinaldi. A Bruno Rinaldi le eran inaplicables las leyes físicas del equilibrio, maravilloso era su sentido del ritmo sobre el alambre, inconcebible, asombrosa su disposición en el vacío, pasos justos, medidos, precisos, casi mágicos, el Arte con mayúsculas en el punto exacto de la simetría. Pero todo equilibrio tiene su lógica y la lógica del prodigioso equilibrio de Bruno Rinaldi era el vino. Bruno Rinaldi necesitaba para subirse al alambre estar completamente borracho. Cada tarde, una hora antes de comenzar su número, Bruno Rinaldi cogía una impresionante melopea de vino tinto, un par de botellas, carbúnculo precioso brillando como rubí en la copa que le traían a la caravana las señoritas del ballet. Y así, cada día, sujetándose malamente los pasos por la borrachera, Bruno Rinaldi se plantaba en la pista, pero era subir por las escaleras hasta el cable, le invadía milagrosamente el don de la perpendicularidad, imperturbable a los efluvios etílicos, con los pasos justos, espalda recta, punta de los pies ya en el alambre, planta entera, brazos extendidos en una danza de vértigo. Siempre actuaba sin red, a una gran altura, de una punta a otra de la carpa. Pero el hecho que hizo definitivamente famoso a Bruno Rinaldi ocurrió un día en el que se presentó en la pista completamente sobrio. No había podido beber, había estado toda la tarde fornicando por esas caravanas de dios con una de las chicas del ballet. Apremiado por la hora, urgido por el redoble, obligado por los aplausos, se subió al cable sin reparar demasiado en que no había bebido, se colocó así, con la inercia del número mil veces repetido. Dio un paso y luego otro, pero a la mitad sintió miedo, miró hacia abajo y se mareó, las piernas empezaron a temblarle, el público se alarmó adivinando el desastre. Bruno Rinaldi, se encogió y temblando se agarró al cable de brazos y piernas y cerró los ojos. El director de pista, voz en grito, le instó desde abajo que se incorporara, que terminara el número o al menos que llegara hasta el final del cable y bajara por las escaleras, pero por Dios que no se dejara caer, porque su muerte era segura. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza a las indicaciones del director. Rápidamente colocaron la red, “Arrójate a la red, Rinaldi”. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza. Quitaron la red, trajeron el gigantesco balde de los imprevistos, “Arrójate al gigantesco balde de los imprevistos, Rinaldi”. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza. Entonces el Gran Tonete, payaso de chispeantes ideas, comentó que, conocidos los gustos del equilibrista, mejor cambiar el agua por vino. Pero ¿dónde conseguir tanto vino para llenar el gigantesco balde de los imprevistos?. Y el gran tonete, tan gracioso, dijo: “Color, color”. En dos minutos ya estaba el agua del gigantesco balde de los imprevistos coloreada de rojo. “Arrójate al gigantesco balde de los imprevistos… lleno de vino, Rinaldi”. Bruno Rinaldi abrió los ojos y vio brillar bajo sus pies el líquido divino. Se soltó de brazos y piernas y se dejó caer. Calló de lleno sobre el balde y se salvó. Y en medio del atronador aplauso Bruno Rinaldi supo que lo habían engañado. Desde entonces decidió no volver a confiar jamás en ningún miembro de la compañía. …Y se hizo domador. Muy bueno, por cierto. Las fieras lo respetan, porque les ha prometido, en secreto, no volver a catar ni una gota… de agua. _______________________________ Luis Foronda. _______________________ Dibujo de Nono Granero.