Para entender la enorme riqueza del mundo, para apreciarla sin sentirse avasallado, nuestra cabeza ordena sistemáticamente. Necesitamos hacer grupos, desglosar, trocear, picar y clasificar, hacer compartimentos: Cajón-caja-cajita-cajitita; Orden-clase-género-familia-especie.
Cuando de lo que se trata es de dibujar, la cosa se complica. Lo saben bien los pintores noveles, que ven cómo se pelean entre sus dedos los conceptos que engloban y las imágenes que individualizan.
No sólo los principiantes: cualquier artista que mire a la naturaleza, que tome lo que necesite de nuestro entorno para crear propuestas propias y universos nuevos, también debe enfrentar esas inercias. Y es en esa pelea donde se definirá el estilo de un creador.
Pongamos un ejemplo: Frente a la complejidad del orden de nacimiento de las hojas de un árbol, la primera respuesta, los primeros dibujos que cualquier persona realiza, pasan por la elaboración de un círculo que abarque la copa y una o dos líneas que conformen el tronco.
Pero lo global tiende a lo simétrico. Y lo simétrico siempre parece artificial.
Se definen así un par de extremos, con lo natural a un lado y lo artificial al otro, entre los que el artista, moviéndose como un péndulo sobre la cuerda floja, debe posicionarse. Si quiere una obra fresca, debe huir del segundo extremo. Si se aleja demasiado, el caos abierto con que se encuentra puede hacerle naufragar entre detalles.
Por eso me gusta tanto Maruja Mallo. Porque es una artista capaz de mantenerse en el trapecio con los ojos grandes de una Pinito del Oro, temblando en su silla, hipnotizándonos con sus simetrías artificiales aplicadas a elementos tan orgánicos en sus formas como una concha o una flor.
Y como ocurre con la música de Nyman –que hipnotiza introduciendo en su repetición, de puntillas, ligeros cambios imprevistos-, las simetrías de Maruja Mallo, con la influencia ordenadora de un constructivismo bien asimilado, saben hacerse las interesantes, atraer nuestra mirada y engancharla en una indeterminación magnética.
Por eso quedamos enganchados en obras como la “Sorpresa del Trigo” con sus ojos ausentes y sus delicadas simetrías engañosas, a la manera de la "Catedral" de Rodin.
O en su cabeza de "Actriz", poderosa, soslayando lo decorativo que Maruja Mallo reconocía en la base del nacimiento de la pintura, sin renunciar a esos ritmos que cobrarán mayor energía a base de formas geométricas y giros vertiginosos encarnados en los cuerpos de sus Gimnastas de trisquel. O en su "Cabeza de Negra", de título políticamente incorrecto, cuello de columna dórica y peinado de corazón de piedra, que nos provoca sensualidades con la fría carnalidad de lo que está a un sólo paso de lo inhumano.
Leía el otro día un comentario en el que decían que Maruja Mallo es una artista menor; y puede ser que no encuentre su lugar en el Olimpo de los grandes. Pero para los que olvidamos los nombres y masticamos las obras, Mallo es, inevitablemente, como un icono románico: una figura que, precisamente por unir sin fisuras opciones lejanas, se hace imprescindible, inolvidable y, claro está, inclasificable.
Exposición MARUJA MALLO. Del 28 de Enero al 4 de Abril de 2010 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Alcalá 13, Madrid.
Nono Granero.
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