lunes, 1 de marzo de 2010

La lógica del equilibrio

El Gran Circo Nevada plantó su carpa en el campo de los silos. Entre grandes cartelones de payasos se anunciaba la actuación del famosísimo funambulista Bruno Rinaldi. A Bruno Rinaldi le eran inaplicables las leyes físicas del equilibrio, maravilloso era su sentido del ritmo sobre el alambre, inconcebible, asombrosa su disposición en el vacío, pasos justos, medidos, precisos, casi mágicos, el Arte con mayúsculas en el punto exacto de la simetría. Pero todo equilibrio tiene su lógica y la lógica del prodigioso equilibrio de Bruno Rinaldi era el vino. Bruno Rinaldi necesitaba para subirse al alambre estar completamente borracho. Cada tarde, una hora antes de comenzar su número, Bruno Rinaldi cogía una impresionante melopea de vino tinto, un par de botellas, carbúnculo precioso brillando como rubí en la copa que le traían a la caravana las señoritas del ballet. Y así, cada día, sujetándose malamente los pasos por la borrachera, Bruno Rinaldi se plantaba en la pista, pero era subir por las escaleras hasta el cable, le invadía milagrosamente el don de la perpendicularidad, imperturbable a los efluvios etílicos, con los pasos justos, espalda recta, punta de los pies ya en el alambre, planta entera, brazos extendidos en una danza de vértigo. Siempre actuaba sin red, a una gran altura, de una punta a otra de la carpa. Pero el hecho que hizo definitivamente famoso a Bruno Rinaldi ocurrió un día en el que se presentó en la pista completamente sobrio. No había podido beber, había estado toda la tarde fornicando por esas caravanas de dios con una de las chicas del ballet. Apremiado por la hora, urgido por el redoble, obligado por los aplausos, se subió al cable sin reparar demasiado en que no había bebido, se colocó así, con la inercia del número mil veces repetido. Dio un paso y luego otro, pero a la mitad sintió miedo, miró hacia abajo y se mareó, las piernas empezaron a temblarle, el público se alarmó adivinando el desastre. Bruno Rinaldi, se encogió y temblando se agarró al cable de brazos y piernas y cerró los ojos. El director de pista, voz en grito, le instó desde abajo que se incorporara, que terminara el número o al menos que llegara hasta el final del cable y bajara por las escaleras, pero por Dios que no se dejara caer, porque su muerte era segura. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza a las indicaciones del director. Rápidamente colocaron la red, “Arrójate a la red, Rinaldi”. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza. Quitaron la red, trajeron el gigantesco balde de los imprevistos, “Arrójate al gigantesco balde de los imprevistos, Rinaldi”. Bruno Rinaldi negaba con la cabeza. Entonces el Gran Tonete, payaso de chispeantes ideas, comentó que, conocidos los gustos del equilibrista, mejor cambiar el agua por vino. Pero ¿dónde conseguir tanto vino para llenar el gigantesco balde de los imprevistos?. Y el gran tonete, tan gracioso, dijo: “Color, color”. En dos minutos ya estaba el agua del gigantesco balde de los imprevistos coloreada de rojo. “Arrójate al gigantesco balde de los imprevistos… lleno de vino, Rinaldi”. Bruno Rinaldi abrió los ojos y vio brillar bajo sus pies el líquido divino. Se soltó de brazos y piernas y se dejó caer. Calló de lleno sobre el balde y se salvó. Y en medio del atronador aplauso Bruno Rinaldi supo que lo habían engañado. Desde entonces decidió no volver a confiar jamás en ningún miembro de la compañía. …Y se hizo domador. Muy bueno, por cierto. Las fieras lo respetan, porque les ha prometido, en secreto, no volver a catar ni una gota… de agua. _______________________________ Luis Foronda. _______________________ Dibujo de Nono Granero.

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