Era la última moda de los curas snobs de los setenta, a la que Don Eulogio, nuestro párroco, quiso apuntarse enseguida. Así que, siguiendo la novedad, cambió la forma habitual de confesar: Ahora, después del “sin pecado concebida” era él quien te empezaba a preguntar directamente, ya saben: si has hecho esto o aquello, el pecado, la falta o la omisión. Y los confesantes, o sea la fila de niños blandengues de todos los domingos, respondíamos solamente que sí o que no. Aquella nueva fórmula, que en principio podía ser más llevadera para los pecadores compulsivos e incluso para los corrientes, para mí fue un serio problema, porque el padre Eulogio tenía una imposible lengua de trapo y yo un oído de tapia. A él se le enmarañaban las palabras y del fárrago inquisitorial yo sólo entendía las primeras … “Has hecho..?” pero nada del resto “…fagre soqui solamido a califotrimangui?” ¡Qué dilema, Señor!. El cura preguntaba, yo veía sus ojos afiladísimos flameando en la oscuridad del confesionario… y sin valor para pedirle que me las repitiera, a la primera pregunta respondía “sí”, luego “no” dos veces, después un par de siés, así al tuntún. Y una vez, no sé qué demonios me preguntó, que yo dije que sí y él se puso muy rojo y de pie y empezó a sudar y le oí que gritaba “¡¡¡¡¿cómo que sí?¡¡¡¡”. Luego levantó la cara y las manos a la bóveda de crucería, y rogó “Oh señor, perdona a este…. pamerangueri somelifrogui pondepés”. Y me mandó de penitencia millones de padresnuestros y de mortificación su dedo clavado en mi nuca y el matraqueo de su voz a mis espaldas. No volví a confesarme, pero desde ese día la imagen de don Eulogio me perseguía siempre y un sentimiento agobiante de culpa constante me afligía el pecho. Procuraba no encontrármelo por la calle pero era imposible en un pueblucho como aquél y además él parecía que me buscaba por encima de todas las cabezas hasta encontrarme, me lanzaba su mirada de fuego que me quemaba y que parecía decirme “ah, te encontré terrible pecador, pagarás en el infierno el espantoso pecado que cometiste”. Yo no pude desprenderme de la presencia de don Eulogio ni del sentimiento de culpa durante el resto de mi vida, pero no hace mucho quise armarme de valor por una vez y buscar a don Eulogio para explicarle por fin la historia y aclararle el error. Me enteré que don Eulogio llevaba dos años en el asilo. Fui a verlo, me emocionó su estado calamitoso, ya no pronunciaba palabra y en su demencia no me reconoció. No pudimos hablar de mi desconocido pecado, pero al irme me acerqué a su oído y le prometí bajito que nunca jamás volvería a cometerlo.
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Luis Foronda.- ______________ Dibujo de Nono Granero.
Ese cura ¿no sería el de San Pablo?
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