lunes, 9 de noviembre de 2009

Espejos y macroscopios

Paseamos.

A nuestro alrededor, cientos de personas se afanan en las tareas de cada día. Unas son altas, otras son pequeñas; unas llevan ropa de trabajo, con polvo y con desgaste, mientras otras dejan rastros de perfume dulce mientras tintinean con el brillo de seda de sus ropas. Algunas sonríen, otras silban, otras manotean mientras gritan al móvil al caminar. Pero también las hay paradas, charlando un rato con alguien que tampoco tenía prisa. Unas van al sol, y otras a la sombra.

Todas iguales, todas diferentes, como decía la campaña aquélla. Y todas un enorme enigma. Hagamos la prueba:

Coloquemos un momento nuestra mano sobre la mesa. Está quieta. Mirémosla con atención. Si queremos, podemos mover un dedo pero, por ahora, no lo hacemos. Sigamos mirando y, en cualquier momento, a voluntad, levantemos el índice y volvamos a bajarlo. ¿No es extraño? ¿No es maravilloso?

Alguien vendrá a decirme que dónde está la sorpresa, si es algo que hacemos todos los días. Incluso podríamos explicarlo un poco, mencionando a las neuronas o a la velocidad del pensamiento... Yo veo carne que se mueve. Y esa carne y ese hueso, sin que pueda comprenderlo del todo, algunas veces se mueve, y otras no. Pensemos un momento en eso al repetir el movimiento del dedo.

Algo de este extrañamiento ante lo cotidiano hay en la obra que Emilio Maldomado. Y por eso me gusta tanto ver a artistas que continúan indagando acerca de la figura humana, interrogándola una y otra vez sobre lo que uno intuye que no va a acabar de entender nunca.

Frente a ese misterio enorme de lo que somos, de lo que el mundo es, no queda a menudo más que hacer de espejo y dar fe, y constatar que las cosas son como son porque son. El pintor empleará para ello los medios que le son propios. Y si uno es Maldomado, insistirá, porque los espejos propios nunca son neutros, en un aspecto concreto de esa persona. Desfilarán así en su exposición personajes atrapados dramáticamente por su pasado, mientras otros se muestran lánguidamente activos, como tomando aire y empastándose para coger corporeidad, intentando vivir como si fueran un nuevo Golem.

Juega el artista a recrear, y le pasa lo que a Aulë: que , cuando abandona la tarea, ve que todo está muerto sin su voluntad, a pesar de tener cuerpo, masa, espacio, y todas las condiciones que uno creía que hacían falta para convocar la vida. Y no queda entonces otra opción que, incansable, volver a la carga. Poner pintura roja como sustituto de la sangre, poner materia gruesa como un ensalmo denso para levantar al muerto de entre las superficies lisas de su lienzo. Arañar como quien busca desesperado la superficie al otro lado de la tela, semejante a una sepultura oscura.

Habrá quien piense que lo que ofrece esta exposición son imágenes de angustia; quien encuentre algo desagradable, desasosegante o incómodo lo que la muestra ofrece. Pero estas pinturas, estos relieves y estos dibujos no son sino ese nuevo viejo intento de ampliación que ofrece el macroscopio de Maldomado, en busca del menudo mecanismo oculto que nos hace capaces de mover un dedo. Que nos hace, simplemente, estar vivos.

Nono Granero

Exposición de Emilio Maldomado. Diversos sin rima.

Del 8 de Octubre al 15 de Noviembre

en la Sala de Exposiciones Zabaleta. Campus Las Lagunillas, Jaén.

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