lunes, 30 de noviembre de 2009

El sustituto

Como me diagnosticaron la gripe A, el médico me mandó inmediatamente a casa. La mesa del trabajo se quedó parida de papeles, de expedientes amontonados en pilastras altísimas. Luego me llamó el jefe a casa para decirme que había contratado a una persona que me sustituiría durante la baja. Pasados nueve días de fiebres corpulentas y de toses estentóreas, volví al trabajo. Mi sustituto ya se había ido. Me encontré la mesa limpia, la montaña de papeles convertida en consecuencias, todos los asuntos felizmente resueltos, flores en un jarroncito y un pos-it con un mensaje manuscrito de bienvenida. Pregunté a los compañeros por el misterioso sustituto mío y nadie me ofreció detalles precisos. El jefe me dio su nombre y sus señas, pero personado en su supuesto domicilio, nadie lo conocía. Desconcertado y receloso, acongojado e inquieto, anduve mirando caras, adivinando figuras a mis espaldas. Volví a mi casa, me encontré las habitaciones barridas y fregadas, la comida hecha, el coche limpio, los niños acostados y la mujer satisfecha. Cosas del sustituto. A partir de entonces, todos los días, fuera a donde fuese, hiciera lo que hiciese, cuando yo no estaba el enigmático sustituto mío siempre se me reemplazaba, suplía mi cuerpo, mi presencia y mi apariencia. Aquello creó en mi tal estado de ansiedad, tanta angustia, que caí enfermo de todas las gripes del abecedario. La fiebre acabó conmigo y ahora el sustituto se pudre en mi tumba. Por listo. ____________________________________ Luis Foronda.- Dibujo: Nono Granero.

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