lunes, 31 de enero de 2011

Cuento donde se narra la increíble historia del caballero cruzado Furión de Curnualles y del mal despertar que tuvo un día.

(Versión reducida): Cuando el celosísimo Caballero Furión de Cornualles despertó, su esposa, el cinturón de castidad y el cerrajero ya no estaban allí. ____________________________________________________________________________ (Versión extendida): Cuando el celosísimo Caballero Furión de Cornualles despertó, su esposa, el cinturón de castidad y el cerrajero ya no estaban allí. Lleno de ira, el caballero partió de inmediato en su búsqueda, pero al salir por las puertas del castillo se lo comió el dinosaurio que acababa también de despertarse. _________________________________________________________________________________ Luis Foronda. (Nota del autor: El dinosaurio que aparece en esta historia ha sido cedido muy amablemente por A. Monterroso y en la ingesta del caballero, el animal no ha sufrido daño alguno). Dibujo de Nono Granero.

miércoles, 26 de enero de 2011

Vuelan alto pajaritas de papel

Hoy, como hace tiempo de recogerse en el brasero, y llevamos bastante sin pasar por nuestra estantería, traemos aquí un volumen que, en lugar de hablar de obras de arte, lo es en sí mismo. Ya hemos defendido aquí la categoría de obra original que habría que dar a los libros ilustrados y hoy hacemos extensiva esa consideración a los cómics. Porque su forma comparte la del libro: ése es su medio y ésa su potencia. Pero también porque además conmueve el que hoy traemos con ese punto de mazazo –esta vez callado y humilde, pero no por eso menos efectivo-, que Kafka deseaba ante la tapa semejante a un altar en el que sacrificar ideas y expectativas para obtener conocimiento y emoción.

“Puedo […] asegurar que, aunque parecieran unos pocos segundos… mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.”

Así acaba el breve prólogo con que se abre “El Arte de Volar”, una obra maestra del cómic que me ha sorprendido estos días gratamente por lo intenso de su peripecia y por las cotas de intensidad a que llevan al lector Antonio Altarriba, transformando en guión la vida de su padre, y Kim haciéndola visible.

A partir de ahí, del momento en que el protagonista elude la vigilancia de la cruel residencia de ancianos en que se halla internado y se lanza a volar, cada planta que recorremos con el suicida en su caída supone la memoria de un tiempo concreto de su existencia. Y vislumbramos en sentido descendente, con el tiempo ralentizado hasta adecuarlo al ritmo de la memoria, una historia callada, silenciosa, sin grandes acontecimientos ni asomo de epopeya. Asistimos a una vida que se antoja reflejo y síntesis de la de miles de personas que compartieron tiempo y peripecias.

En ella se entrecruzan otras personas que entran y salen (como en El Túnel de Sábato), que ofrecen y que niegan, que acorporan y acompañan o que restan fuerza y dan resabio verde. Personajes en que cristalizan nuestros amigos de infancia como ejemplo de lo soñado entonces y personajes que recuerdan a alguno de esos maestros que, cuando era pequeño, repartían mala baba queriendo hacernos creer que la crueldad en que se recreaban era en realidad ejemplo de prudencia y sabiduría destilada por los años.

Vuela la historia a cada página que pasa y nos hace acelerar como un cuerpo que contempla lo inminente de la caída. Y tomamos tierra de la mano de un guión que dosifica con sabiduría cuanto narra, trufando sorpresas agradables y asomos de futuro en la grisura doliente de la guerra y de la época. Y en medio de ese rasante que elude la amabilidad sin caer en lo desagradable, aparecen brillando muy de cuando en cuando, como joyas preciosas, destellos de metáfora y de invención que hacen que, lo que percibimos de manera casi secundaria, lo que subyace soterrado en los comportamientos de los personajes, cobre línea y forma para explicar la realidad como sólo saben hacerlo la poesía, lo ficticio y lo inventado.

El dibujo térreo que adopta Kim para dar carne y ambiente al proyecto funciona así como doblemente efectivo, utilizando el símbolo para interpelarnos vivamente en la interpretación de lo que vemos, para sacudirnos una imposible modorra y para hacernos aún más conscientes de que lo oscuro no es sólo negrura, sino profundidad en la que es necesario penetrar.

Y pese a toda esta dosis de aspereza, late en el fondo de la obra el gusto por la vida y, sobre todo, una profunda convicción de que el sufrimiento no es algo necesario e inamovible, al menos ente las personas que, como nudos, conformamos la misma red. Una certeza de que existe la posibilidad de hacer que amables pajaritas de papel de regalo vuelen igual que aviones, tintadas únicamente por nuestra intención de hacer un entorno más colorido, ligero, comprometido y solidario.

El Arte de Volar. Antonio Altarriba y Kim. Edicions de Ponent. Alicante, 2010.

lunes, 24 de enero de 2011

El viaje.

Recorrida ya más de la mitad del trayecto, el viajero se dio cuenta de que el viaje no trascurría como él había previsto. Estaba resultando un viaje desbaratado y un poco mustio. No disfrutaba del paisaje porque no miraba mucho por la ventanilla, no había entablado conversación con la chica que viajaba a su lado, ni con el tipo de enfrente que tan amablemente le prestó el periódico, se había mostrado desagradable con el revisor y con los niños que corrían por el pasillo, se había pasado todo el tiempo nervioso, yendo y viniendo a la cafetería, fumando, bebiendo, farfullando historias entre dientes. No había leído la novela que tenía pensada y elegida ex profeso, ni escrito nada interesante en su cuaderno. Era el viaje planeado al milímetro durante años, metrificado en su guía, y ahora los kilómetros caían a plano sobre sus hombros. Ante semejante desatino, el viajero decidió que se apearía del tren en la siguiente estación, que tomaría uno de regreso, que volvería al lugar de partida y que empezaría de nuevo. Bajó por tanto y el tren siguió su marcha. Pero el viajero descubrió con alarma que había olvidado su maleta en el asiento. ¿Y ahora qué? ¿Cómo iba a regresar al lugar de origen sin ella, sin su libro, sin su cuaderno y sin su guía?. En la oficina de la estación reclamó su maleta. Decidió esperarla y mientras la esperaba, se sentó junto al andén y estuvo viendo pasar los trenes el resto del día. La maleta no llegaba y al caer la tarde vino un coche negro que se lo llevó a donde él no quería. _________________________________________ Luis Foronda.
Dibujo de Nono Granero.

jueves, 20 de enero de 2011

Pregunta número 5

A mí, algunas veces, me deja sin saber qué decir. No sé a vosotros/as...
RMW-1.015 y Nono Granero

lunes, 17 de enero de 2011

Rebajas

Media vida trabajando juntos tras el mostrador de Lonely Modas y se ve que ahora, a Mauro el dependiente, el año nuevo le ha hecho replantearse las cosas, porque hace dos días, después de una enloquecida mañana de rebajas, tomó la firme decisión de declararle su amor a Raquel la dependienta, de decirle que la quería con todas sus fuerzas desde el principio de los tiempos, que el Cielo y la Tierra, el universo entero, pondría a sus pies, que su amor era de la inmensidad de los espacios siderales, que deseaba vivir no una, mil vidas, mil millones de vidas con ella. Y a las dos en punto, mientras el jefe recontaba y Raquel recolocaba, Mauro bajó la persiana. Luego se acercó a ella, le tocó el hombro y al volverse y poner sus ojos en él, Mauro preparó en su boca la mejor declaración de amor posible, la más hermosa de cuántas se hubieran dicho o imaginado jamás. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de descargarla, tosió un poco y lo único que pudo decirle es, bueno, si quería una cerveza en el bar de enfrente. Y Raquel, que lo amaba desde el inicio de los tiempos, y el Cielo y la Tierra y el universo entero y los espacios siderales, bajó la mirada y le contestó:
-Vale, pero que sea sin alcohol.-
________________________________________________________________________________ Luis Foronda.
Dibujo de Nono Granero.

miércoles, 12 de enero de 2011

Esta ronda va de nuestra cuenta

Comenzaré hoy haciendo un poco de historia pequeña: hace alrededor de un año, comentamos en esta Balda del Arte una exposición en un lugar atípico. Intentando, como lo hacemos siempre, que el arte no sea algo ajeno a nuestros mundos particulares, sino una posibilidad de enriquecer y ampliar horizontes en nuestra casa, aplaudíamos la iniciativa que el pub La Beltraneja de Úbeda tomaba: utilizar las paredes del local para algo más que envolver personas con copa en la mano.

La idea, desde luego, me parecía interesante. Y me gustaba imaginar grupos de amigos en los que alguien, en mitad de una conversación a punto de naufragar por el embate fuerte de la música o la marejada bramante del resto de las voces, lanzaban su vista alrededor y, como quien arroja un cabo a puerto, anclaba por un momento su mirada en el mapa de un cuadro que, como una sirena, lo encantaba por un instante.

Y luego, ya de vuelta, esa experiencia haría virar la conversación hacia otra costa, cambiaría el rumbo empujada por el viento de un hombro de grafito, o por la irreverencia blanca de una virgen con ratón. Y aunque hay quien piensa sobre estas propuestas que quizá el sitio no es el más adecuado, es justo eso lo que, precisamente por parecer tan a contracorriente, siempre me resultó más atractivo.

Quizá sea entonces por recoger el guante de esa objeción y responder aún con más empeño en la defensa de la necesidad de impregnarlo todo con la espuma del arte y la intención, por lo que hemos montado la exposición de que hoy quiero hablaros brevemente.

Y digo hemos, porque está hecha a cuatro manos, o a dos voces, que no son otras que las que ahora mismo andamos por este espacio de las ondas.

Los fieles a esta cita ya sabrán que suele comenzar con una Historia Introductoria que Luis Foronda inventa para engrosar los anaqueles de esta Librería. Y los muy fieles conocen también el blog que, desde hace dos años, acompaña y complementa este programa. En él, desde su comienzo, compartimos proyecto él y quien escribe esto, ampliando el relato que viaja por el aire con una imagen que lo hace por los píxels.

Esos cuentos nacen con fuerte vocación de brevedad, acuciados por las condiciones del medio. Y así lo hacen también los dibujos que las acompañan, en un juego que, semana tras semana, nos mantiene expectantes, ilusionados, y en forma, con los reflejos alerta, descubriendo cada día más historias alrededor, y más detalles que se convierten en trazo para construir otras realidades que, lejos de ser verdaderas, resultan por ello espoleadoras para el lector de imágenes y textos –que las dos cosas se pueden y se deben leer-.

Así que permitidnos comenzar este año con una invitación a lo que es nuestra fiesta: un lugar que colonizar, también, para el arte y la lectura. Os invitamos a pasar por La Beltraneja y a paladear Wisky doble y otros relatos verticales, once obras que pueden embarcaros, entre sorbo y sorbo, en otros mares de tipo y tinta con los que conocer horizontes distintos.

Nono Granero

domingo, 9 de enero de 2011

Baltasar

En la mañana del 6 de enero, ella y él se despertaron muy temprano. Abrieron los ojos y se les borraron enseguida sus sueños inconfesables. Saltaron de la cama y corrieron como niños a ver qué les habían dejado los Reyes Magos. Pero al pie del árbol no encontraron nada. Miraron por el resto de las habitaciones de la casa y sólo hallaron la carcoma de la abulia conyugal. Así que se miraron desconsolados no sabiendo muy bien qué decirse, asumiendo en silencio su frustración. Luego se cogieron de las manos y se dieron un besito.
- Bueno, -se dijeron,- menos mal que nos tenemos el uno al otro.
Y al soltarse, ambos se dieron cuenta de que todavía quedaba un sitio en donde no habían mirado: El balcón. Efectivamente, allí estaban sus regalos, a un lado los de ella, a otro lado los de él. Los tomaron y los fueron desenvolviendo con una mezcla de emoción y de alborozo contenidos. Luego cada cual se fue a una habitación distinta y estuvieron disfrutando de sus respectivos regalos durante todo el día, tan contentos, sin acordarse para nada el uno del otro. Embebida por el gozo, ella pensaba: Ay Melchor, menos mal que te tengo a ti. Embebido por el gozo, él pensaba: Ay Gaspar, menos mal que te tengo a ti. Y allí siguieron los dos, ingenuos, sin imaginar siquiera que, en realidad, quien les había dejado los regalos había sido… esto… claro…Baltasar.
Luis Foronda. Dibujo de Nono Granero.