lunes, 14 de marzo de 2011

Osti qué gracioso.


Qué alivio y qué alegría cuando la mujer barbuda dio a luz y el niño le salió tan limpio, sin asomo de vello, tan de porcelana. Y qué desgracia cuando lo pusieron delante del padre, el forzudo señor Sansón, y éste le vio aquella cara tan redonda, el mechoncito de azafrán en la cabeza, la narizota y la sonrisa de oreja a oreja, y así ...de buenas a primeras, balbuceando cuchufletas a las mujeres que le atendían en el parto y ellas muertas de risa: “jijijí, jajajá, osti qué gracioso”.
-“Maldito Gran Tonete”, masculló en aquel momento el forzudo señor Sansón para sus adentros. Era un cornudo, no había duda, aquel niño era hijo del payaso, el Gran Tonete. Contuvo su silencio y las ansias de venganza en la venamen de sus músculos, pero la evidencia ya había calado en la familia circense y la tensión se mascaba en el ambiente. El niño crecía sin embargo en gracia y desparpajo, a los tres años era digno de ver en los corrillos contando chistes. Al crío le tiraba la comedia, a qué negarlo. Y el Gran Tonete, además, parecía haberle tomado cariño al chavalillo y lo incorporó a su número. Fue entonces cuando el forzudo señor Sansón no pudo soportarlo más y una noche irrumpió en medio del número, cogió al payaso por los solapones, lo levantó medio metro del suelo y le pegó dos sopapos de aupa. El payaso ante la mirada aturdida del respetable comenzó a llorar, con ese llanto chorreoso de los payasos. Surtidores de agua salían de sus ojos, chorros de lágrimas que muy pronto anegaron la pista. “Buah, buah, buah” y en pocos minutos aquello era un circo flotante, ya flotaban los asientos y el público estiraba sus pescuezos buscando el aire, los alrededores también se inundaron, las fieras pedían auxilio, los enanos buceaban, el adivino se trajedía y la tragedia se adivinaba. Pero entonces, de aquel alboroto oceánico, salió el niño que tomó con una mano el mástil central de la carpa, la levantó entera y puso sobre ella a los elefantes, a las jaulas, a los leones, a las monas, a los ponys, a la boa y al perrito pequinés. Encima de ellos puso a los trapecistas, a los malabaristas, al equilibrista, a los enanos, al adivino, al jefe de pista, a la orquesta, al mago, a la bailarina, al payaso, a la mujer barbuda y al forzudo señor Sansón. Con la otra mano, levantó los carromatos, las rulots y a los trescientos espectadores de la función. Con aquel enorme fardo sobre sus dos bracitos, el niño subió a la cima de la colina donde lo depositó, despacio, a salvo de la riada de llanto que en esos momentos inundaba el valle. El payaso dejó de llorar y en la cumbre de aquella gigantesca montaña de gente, de animales, de artistas y de cachivaches, el forzudo señor Sansón, henchido de gozo, señaló a la criatura y dijo: - ¡Ole, ése es mi niño!
_____________________________________Luis Foronda.- Dibujo de Nono Granero.

2 comentarios:

  1. no,no,no,ese es mi niño!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  2. PERO QUE GRANDE ERES LUIS. ME HACES REIR COMO NADIE.

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