domingo, 27 de marzo de 2011

My sweet lord

¿Por qué coño todos los domingos por la mañana le sobrevenía ese mal genio, por qué sentía ese malestar, esa sensación de pérdida de tiempo, de no estar a gusto, ese resquemor en la conciencia? ¿Por qué no otro día, el lunes por ejemplo, tan puñetero? ¿Por qué? …si él se manejaba bien, si tenía su sueldo, su casa, una independencia trabajada a golpes de noes y de síes, su perro….
Un domingo hasta los cojones, encontró la clave del misterio. Ya está: Hacía como veinte años que dejó de ir a misa los domingos por la mañana. Un día se dijo que ya estaba bien de tanto sermoneo y de hacer el paripé con cosas en las que no creía. Adquirió lo que se llama “saber propio”, no había Dios, se convirtió en un ateo cabal, se alejó del rebaño y santas pascuas. Ahora que lo piensa, aquello fue traumático, perdió amigos, fieles y conversos, y a una medionovia que tenía. No se dio cuenta pero un gran abatimiento se instaló en su noalma, que echó de menos, desde entonces, la analgésica dulzura divina. Ahora, después de veinte años, descubierta por fin la causa de su mal, pensó que, de alguna manera, tendría que remediar esa sensación de culpa. Evidentemente no estaba entre sus intenciones regresar al redil. Ocuparía la mañana del domingo en cosas que sustituyeran la obligación de ir a misa. No podía hacer nada placentero, sino algo que le supusiera un esfuerzo, un sacrificio. No podría seguir leyendo, ni escuchando música ni paseando por el parque. Haría lo que más odiaba: ir a trabajar.
-¿Trabajar en domingo? –le preguntó desconcertado el jefe.
-Sí señor. Y sin cobrar un duro.

Pues bien, cada domingo, de once a dos, se fue a la oficina a hacer números. En dos domingos se sintió aliviado, en tres ya no tenía sentimiento de culpa, en cuatro era otro hombre. En cinco terminó de hacer sus números y se puso a hacer los números de los demás. Husmeó sin permiso en ciertos libros. Operaciones raras, malos productos, buenas divisiones, demasiados dígitos. Cuando fue a dar conocimiento al jefe de la cábala financiera que había descubierto, lo pusieron de patitas en la calle, por listo. Hoy en día, un contable con esa fe, que trabaja los domingos y que descubre cosas, no es bien recibido en ningún sitio. Así que después de dos años parado y en la ruina, nuestro hombre ha regresado a la iglesia. Pide limosna con su perro en las puertas de la catedral y hasta allí le llegan, cada domingo, los ecos apagados de la voz de Dios.

-Ay Harrison le dice a su perro – qué jodida es la conciencia.
-Y que lo digas, my sweet lord – responde el perro – Y que lo digas.
__________________________________________________________________________________________ Luis Foronda.- Dibujo de Nono Granero.

2 comentarios:

  1. Jodida, jodida. Una historia que está más en la linea de los cuentos-irradiados de tan grato recuerdo. Muy chulo.

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  2. Por unas cuestiones o por otras, historias parecidas vamos a ver, desgraciadamente bastante a menudo....

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