miércoles, 2 de marzo de 2011

Hércules mareado en la encrucijada

He recordado estos días, al hilo de las últimas exposiciones que he visitado, algunos anuncios de la tele. Intentemos recordarlos juntos: hace como un año o dos, un chico salía y comenzaba a multiplicarse según las opciones que se le presentaban en su vida diaria: ¿Rubia o morena? ¿Soltero o casado? ¿Al cine o al fútbol? Y con cada nueva opción, el chico se clonaba en un plís-plás y llegaba a todas. Pero no sólo él. En otros anuncios nos insistían: No renuncies a nada. Todo a tu alcance. Te lo mereces todo. Para mayor gozo de la Academia de la Lengua, la Ye de una bifurcación unía sus ramas y quedaba un solo camino de I -antes latina-, para que no tuvieras que elegir y tu coche fuera a la vez deportivo y familiar, todoterreno y furgoneta. Y tus yogures contienen chocolate que no engorda y le ponen calcio y cereales para que sea a la vez saludable y también sabroso. ¿Por qué renunciar, por qué elegir, cuando puedes tenerlo todo de una tacada de un golpe, vivir mil vidas de una vez?

Igual no es necesario decirlo, porque nuestros avisados oyentes ya lo saben, pero lo haré: la publicidad miente. Así, sin más. No es posible esta multiplicación extenuante. Y de serlo, a ver quién era el guapo que la aguantaba.

En arte, además de imposible, es contraproducente. El artista –creo que alguna vez ya lo hemos comentado-, es precisamente una persona que toma cien decisiones por segundo al ritmo frenético de un ordenador sobrecalentado. O debiera serlo. En menos de un segundo Cartier-Bresson decide mover un milímetro la cámara para que el encuadre y el instante queden perfectamente delimitados, congelados.

El poeta sabe que no es lo mismo alféizar que rebajo, porque, significando lo mismo, el uno eleva y el otro pesa. Y por eso cuida cada palabra como si fuera única, y la acompaña de aquéllas que le favorecen el aire, como quien cuida el color de su indumentaria y mira que se lleve bien con sus zapatos, sabedor de que la impresión de su figura puede depender de pequeños detalles.

Elegir así flores o rayas va contando cosas antes de que uno abra la boca, del mismo modo en que, por poner un ejemplo que ahora mismo tenemos a mano, (a ojo, debiera decir), la selección que hace un jurado como el que premió el cartel de carnaval de nuestra ciudad en esta ediciónn, habla de desconocimiento, inconsciencia o falta de respeto hacia el resto de participantes en la convocatoria quienes, a no dudar, dedicaron tiempo y trabajo a confeccionar propuestas pensando en hacer algo interesante, estimulante o digno empleando sus saberes.

Elegir, seleccionar, desechar. Mostrar lo mejor de la casa. Así debiera ser cada exposición con la que nos encontrásemos en una sala. Pero, no sé yo si a causa del influjo de la publicidad, del ansia de aprovechar un momento entrando a saco con todo el arsenal de que dispongamos o, sencillamente, porque habiendo cosas y espacio, para qué detenerse a reflexionar, el caso es que últimamente, cada vez que entro en el Hospital de Santiago me encuentro apabullado en medio de una vorágine de obras que se colocan barajadas, amontonadas, casi arrojadas en montones sobre las paredes, interfiriendo unas con otras y mareando y confundiendo a quien quisiera espacio limpio para la contemplación.

Y me entristece ver trabajos más que interesantes ensombrecidos por la acumulación, por la verborrea, por la insistente multiplicación de elementos en una superficie reducida, por una incontinencia que acaba fatigando nuestros ojos, incapaces de parar sobre una obra que, a buen seguro en otro entorno, presentada de otro modo, sería fuerte mazazo y sensación profunda.

En fin. No por eso dejaré de recomendar la visita; porque yendo de lado, buscando un sorbo pequeño, y abandonando la sala mientras nos prometemos otra visita antes del mareo o la borrachera, seguro que podremos saborear el licor intenso de algunos reportajes fotográficos que muestran realidades ajenas con exotismo de poesía oriental, o con miradas que renuevan el objeto humilde en que se posan equiparándolo en interés al de catedrales o milagros como cuerpos.

Pero al salir y ver a los dos tenantes gigantescos de la escalera del Hospital, recuerdo el cuadro de Aníbal Carracci que nos presenta a Hércules en la Encrucijada, dudando entre la áspera senda que conduce a la gloria o la cómoda cercanía que se encuentra a la mano, repleta de músicas y juegos sensuales, rebosante de atractivos y entretenimientos. Y no puedo dejar de desear que los artistas acaben entendiendo que el héroe siempre tiene el deber ineludible de elegir. Y que Aquiles sabía tan bien como Cúchulain que no son compatibles para el guerrero la vida larga y la memoria épica. Y que mantenerse con un pie en un caldero y otro sobre el lomo de una cabra, aunque demuestre destreza, nos expone al lanzazo del olvido por acumulación.

Luz y Color: Amparo Sánchez Moreno (óleos) y Juan Vidal Pintor (fotografías).

Espacio Propio. Exposición colectiva de Fotografía. (Ambas en el Hospital de Santiago de Úbeda)

Indecente Cartel de Carnaval. En cualquier pared y escaparate de Úbeda.

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