miércoles, 2 de febrero de 2011

Estampa en primera persona (Recordando a Domingo Molina)

Frías, oscuras las tardes, muy calladas. Escaleras de piedra y salas con eco. Retumban los pasos y las risas escasas y todo aparece con la seriedad de lo trascendente. Hay pocas personas y todas escapan de la norma, no sólo por el motivo que las hacer reunirse allí, sino por el aspecto o la manera de mirar tan particular que comparten. Una chica muda con los ojos muy grandes demuestra que habiendo manos no hacen falta palabras. Un hombre mayor, de aspecto adusto y atemorizador, esconde un brazo pequeño mientras compensa con creces la merma haciendo alarde de habilidad con el otro. Un adolescente grande, que se ríe con la boca floja y los ojos algo al aire, fija sobre el papel lo que uno cree inalcanzable. Y entre ellos circulan, a ratos muy serios, a ratos con la curiosidad divertida de los niños, dos criaturas pequeñas que todo lo observan de lejos, sin atreverse demasiado a molestar a quienes parecen modelos a imitar, a quienes marcan el camino de la pericia que aún hay que recorrer.

Entre estos seres, en esa atmósfera de vaho húmedo que arrojan las farolas anaranjadas, y moviéndose en la débil luz de un patio al que se asoman curiosas algunas gárgolas renegridas, cruzan como sombras profesores nervudos. Ellos son aún más inalcanzables que las cámaras altas de las torres a las que, de vez en cuando, puede subirse con escaleras de palos. Y aún más inalcanzable es el atisbo de lo que cuecen sus mentes, de cómo trabajan sus manos, de cuál es la defensa que hacen de ese arte del que hablan pero que rara vez vemos aparecer completo, del que sólo alcanzamos a percibir un breve destello en la corrección precisa que tacha nuestros intentos.

Pero no todos son así. Desde nuestra escasa altura, mirando de reojo, como asistiendo al desnudo de una vecina invitada en casa que no repara en nosotros, y frente a la que aparentamos indiferencia para sujetar nuestra avidez, vemos trabajar a un maestro. Coloca cinta de carrocero –de pintor también la llaman, aunque la usen los de brocha gorda y eso lo haga parecer casi un sacrilegio, una ruptura desafiante de esa convención no escrita pero asentada desde siempre en nuestras conciencias-, para ir reservando el color de lo ya realizado sólo en ciertas partes. Hay sobre el caballete un globo aerostático o dos, y espacio reservado para algunas letras. Azules oscuros, azules claros. De espaldas, con paciencia milimétrica avanza la obra que, y esto también parece magia o novedad, no tiene motivo, apunte o referencia a la vista.

En un momento dado, el artista-maestro de pelo blanco, al que casi no hemos visto la cara, abandona el trabajo sin darle mayor importancia, sin buscar una mirada de complacencia o de refuerzo que sostenga lo que ha hecho, y sale de la habitación sin asomo de arrebato febril, de frenesí creativa o de locura de genio. Sale de la habitación sin más.

Meses después encontraríamos esa obra reproducida cien veces, anunciando desde los escaparates de la ciudad la Feria de ese año. Y lo que parecía entonces misterio se convertía ahora en potencia abierta, en utilidad y finalidad de un arte que todo el mundo podía compartir. Y en el mundo monótono de la cartelería se abría de pronto una ventana diferente, una grieta en la habitual propuesta de barroco doloroso o de figura y edificio de piedra sostenidos por los años.

Y luego, ya más grande, en la Farmacia, en la Caja de Ahorros, en cualquier rincón de la ciudad, podía uno volver a encontrarse abiertamente con obras que continuaban hablando de esa otra posibilidad de lenguaje que tanto costaba encontrar alrededor y que el autor se empeñaba en sembrar por los lugares más comunes, como un antídoto contra la repetición estética que todo lo envolvía.

Así sembraba calladamente Domingo Molina, quizá sin saberlo apenas, marcando las cartas de mi interés y de mi futuro sólo con su obra y su actitud de búsqueda constante, de elusión de la complacencia, de interés por estructuras híbridas que fuesen más allá de lo visible. Y aunque tuve en su día, no hace mucho, la oportunidad de decírselo y de conversar con él acerca de estas cosas, ahora que se ha muerto, quería volver a contarlo, quizá para recordármelo a mí mismo, mientras intento que no se me olviden las lecciones que me dio, no como el maestro que no tuve, sino como el artista que quiso y supo hacerse presente a nuestro alrededor.

Así que hoy perdonadme la digresión personal: es que el Arte, como los sentimientos y las enseñanzas, sólo se entiende en primera persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario