martes, 22 de junio de 2010

El Vampiro de Rus en ford


Blas Tepes venía a Ubeda un par de veces por semana. Era el bodeguero del pueblo vecino de Rus y llegaba al barrio montado en su Ford Escort beige. Se paraba en medio de la calle y se ponía a vender el vino a granel que traía en unas hermosas damajuanas. Salían las mujeres a la calle y se arremolinaban alrededor del coche en una mezcla de revuelo donairoso, locuaz y sensual. A todas las enloquecía Blas Tepes, con su pelo negrísimo engominado y echado para atrás, su camisilla blanca pegadita al cuerpo, con su cadenón de oro, su pantalón negro impoluto y una especie de chubasquero en forma media capa negra de vuelto rojo que se colocaba cuando refrescaba. Les atraía esa manera de pronunciar suya, tan relamida, tan sonora, remarcando, con voz de barítono, la parte final de las palabras. “¿Cuánto le pongo señora?” “Póngame usted medio cuartillo”. “¿Y a usted, señora?” “Litro y medio, póngame usted”. Blas Tepes las soliviantaba con sus palabras y las atontaba cuando les daba a oler el vino que llevaba. “Huelan ustedes los maravillosos efluvios de este vino expresamente elaborado por mí y que ni el afamado vino de Torreperogil consigue superar”. Las mujeres terminaban borrachas de tanto oler aquel vino y, tan contentas, volvíanse a sus casas, dejando a los niños jugando a su antojo en la calle y en las eras. Cuando regresaban los maridos de sus trabajos, las mujeres todavía continuaban bajo el influjo de las emanaciones etílicas y lo primero que hacían era plantarles el vaso de vino en la mesa, así que cuando éstos preguntaban “¿Y los nenes?”, ellas respondían “por ahí, jajaja”. Pero hubo niños que no volvieron nunca de por ahí, que se perdieron y jamás se supo. Primero un chiquillo un día, …luego otro. Los padres, embobados por los efectos del vino, no parecían darse cuenta de las ausencias infantiles y nadie los echó de menos. Blas Tepes llegaba desde Rus en su Ford Escort cuando oscurecía, llamaba a los críos y los subía al coche para llevarlos a una bodega clandestina que había montado en un cine abandonado de Canena. Allí los drogaba con dulces extraños y luego, con unas agujas larguísimas, les pinchaba el bracito y les extraía la sangre con la que, a través de unos tubos de goma, llenaba los barriles. Luego, ese mosto rojísimo y caliente era transportado al lagar donde permanecía el tiempo suficiente para que fermentara, obteniéndose un tinto oloroso, equilibrado, con un suave aroma a fresas y frutos silvestres, de color rubí, muy intenso. Ese mismo vino, obtenido de la sangre de sus hijos, era vendido luego a sus propios padres, que se emborrachaban y olvidaban su ausencia, borrados de su memoria hecha de círculos viciosos. Desde 1970 a 1973 desaparecieron del barrio cuarenta y cinco niños. Un negocio redondo con el que Blas Tepes se hizo muy rico. Sin embargo, pese a su apariencia siniestra, Blas Tepes era un hombre sensible que llegó a encariñarse con los niños, a los que cuidó, alimentó e instruyó. Cuando crecieron, la sangre de los críos se agrió y Blas Tepes tuvo que soltarlos, y éstos, que durante sus años de cautiverio habían aprendido todos los secretos del vampirismo, acabaron colocándose en la Banca. Blas Tepes quiso continuar el negocio del vino sangriento, pero fue imposible volver a secuestrar a nadie, porque los niños dejaron por aquella época, de jugar en las calles, había llegado la televisión a las casas y no pudo contra ese vampiro. Así que, resignado, Blas Tepes se hizo viejo cultivando ajos.
...Y después fueron llegando otros vampiros terribles: los videojuegos, las consolas, el ordenador… y la cerveza.

________________________ Luis Foronda____________ Dibujo de Nono Granero.

jueves, 17 de junio de 2010

Arte callejero

Siguiendo con la última costumbre que hemos tomado de buscar arte en lugares no habituales, hoy dejaremos nuevamente de lado las salas de exposiciones y, de paso, el resto de los sitios cerrados. Hoy recorreremos en busca de arte nuestras propias calles.
No hablo, claro está, de los garabatos escritos por infelices monos que orinan sus nombres sobre las paredes, queriendo hacernos ver que están ahí y que son únicos en su aburrida y desgastada manera de tiznar. Sino de esa otra opción que salpica de propuestas nuestro deambular cotidiano, proponiéndonos información u ocios.
Los carteles, que vienen generalmente a cumplir una función meramente informativa, pueden, si se les da el empuje y la consideración necesarios, convertirse en algo más. ¿Quién no guardó el de una película que le gustó especialmente? ¿Quién no entró alguna vez a una tienda para pedir que, una vez cumplida su función y su fecha, le reservaran el pedazo largo de papel para llevarlo a las paredes de su casa?
Porque el cartel, cuando es obvio, no hace sino confirmar lo que ya sabemos. Le importan más las letras y las fechas que cualquier otra consideración estética y nos deja fríos con su machacona melopea de rectángulos manidos.
Pero cuando quien lo confecciona pretende volar más alto, enriqueciendo nuestro paseo con notas sugerentes que parecen invitaciones; cuando quien lo realiza inventa -como Cassandre- lenguajes que olvidan las palabras y son más efectivos; o cuando el estímulo que constituye su esencia se utiliza como espejo de la vida más oculta, como hizo Toulouse-Lautrec, entonces ya no importa sólo el dato, sino que el aspecto visual toma el mando y nos lleva en volandas y nos sirve, como el aroma del azahar en primavera, para recordarnos tiempo después el evento y cuanto lo rodeó.
Pronto en nuestras calles, veremos uno de estos salpicando los muros. Porque para el XI Festival de Cuentos que se acerca, la ilustradora Mercedes González Peregrina nos propone un vuelo sencillo y limpio sobre el que escribiremos las historias por conocer. Y nos ofrecerá un mundo en que respirar el ambiente limpio de la escucha atenta. Y nos empujará hacia lo alto, volviéndonos pequeños asistentes absortos con el vuelo frágil de una historia que se mantiene unida a nuestro brazo y a nuestro corazón por el hilo delgado de una palabra mágica.
Y merecerá la pena pararse un minuto ante su obra, para dejarla convocarnos a su encuentro, sugerirnos un comienzo, provocarnos una trama, regalarnos preguntas nuevas.
¿Quién quedará enredado en el hilo de la cometa, en las letras del horizonte, en el abrazo tierno de la chica que vela sus historias frente a la luna?
Pronto, muy pronto, lo sabremos.
Nono Granero.

martes, 15 de junio de 2010

BALOMPÉDIKA FÚTBOL KLUB

Los del equipo juvenil del Balompédica Fútbol Club hicimos historia en la liga provincial ganando el trofeo de la Diputación del año 1977 gracias a un golazo por toda la escuadra de nuestro delantero centro Miguelón Uceda. Tenía Miguelón un perfecto toque de balón, un extraordinario cambio de ritmo y una fuerza descomunal con la zurda. Tenía Miguelón una forma única de zafarse de los defensas y de presentarse solo delante del portero. Tenía Miguelón diecisiete años y una medio-novia que a todos nos gustaba mucho, que se llamaba Anita y que venía a reírse de nuestras piernas de palillo en los entrenamientos. Tenía Anita su casa cerca del campo de tierra donde entrenábamos y Miguelón un chut tan formidable que la pelota acababa fuera del terreno de juego, más allá de la valla, justo en el patio de la casa de Anita, de la que salía furioso su padre don Severo, quien, navaja en mano, tomaba la pelota y la rajaba de medio a medio, sin mediar palabra. Anita, para qué engañarnos, venía a buscar a Miguelón, lo esperaba y se iba con él. Tenía Anita que andarse con cautela, porque su padre, don Severo, era varón de costumbres recias, inclemente vigilante de la moral, ferviente hombre de iglesia y enemigo de indecencias, de escándalos y sobretodo de esas cosas con hormonas en las que todos los males confluyen: los adolescentes. Eran Miguelón y Anita …tan adolescentes, tan llenos de hormonas, que se ve que con la euforia de la victoria del 77, tras terminar el partido, organizaron su propio encuentro y jugaron bien y mucho. Cuando don Severo se enteró del “penalti” de Miguelón, montó a la preñada Anita en un avión y se plantó tan santamente con ella en una clínica abortista de Londres. Tras el desinfle del balón, Anita estuvo mucho tiempo fuera de juego. Miguelón Uceda siguió lanzando sus chuts, como botellas al mar, y una de las veces en que la pelota superó la valla, fue a buscarla y ya no regresó nunca. Algunos dicen que don Severo sacó su navaja y lo rajó como a la pelota, otros que cansado de esperar a Anita colgó las botas y se hizo vagabundo, otros que fue secuestrado por un cazatalentos extranjero y convertido en estrella futbolística. Quién sabe. Nueve años después, don Severo se hizo muy rico con el pelotazo inmobiliario y Anita posó en pelotas para el Interviú. Nueve años después, en el mundial de México de 1986, un tal Nasko Sirakov, jugador de Bulgaria, en su partido contra Italia, tomó el balón, cambió de ritmo, corrió por el centro del campo, se zafó de la defensa, se plantó delante del portero, gritó “¡¡¡ Balonpédikka !!” ...y lanzó un chut tan potente con la zurda que la pelota se elevó y se elevó y se perdió por encima de las altísimas vallas del Estadio Azteca. __________ Luis Foronda. ______________________ Dibujo de Nono Granero.

viernes, 11 de junio de 2010

Artistas de vacaciones

En el segundo volumen de la obra de Jodorowsky y Bess “El Lama Blanco”, el pequeño Gabriel Marpa, que está siendo educado por un enorme monje budista llamado Tzu, debe resolver un enigma.

Tzu clava un cuchillo en el suelo, que representa a un monje y, alrededor de él, traza un círculo, que simulará su templo. Rodeando éste, coloca un puñado de maderas que figuran sapos.

“Si el monje sale –dice Tzu-, los sapos entran y lo ensucian todo... ¿Cuándo entran los sapos en el templo?”-termina preguntándole. Y cada vez que Gabriel falla en su respuesta, le da un bastonazo.

Finalmente, el chico da con la solución y, abalanzándose sobre su maestro, lo vence al tiempo que grita: “¡Los sapos no entran jamás en el templo porque el monje no lo abandona jamás!” En realidad, están hablando acerca de la atención que debe tener un guerrero: Siempre ha de estar listo porque sabe que, de relajarla, perderá la batalla.

Y yo he recordado esta historia después de ver la exposición de alumnos y alumnas de la Escuela de Artes Plásticas y Diseño “Casa de las Torres” de Úbeda, que estos días contiene la sala azul del Hospital de Santiago.

En torno a un tema común –un gran acierto por parte del equipo de docentes de la Escuela, ese saber proponer vínculos para desarrollar trabajos que, al unirse, muestren las infinitas posibilidades de cualquier propuesta-, cada disciplina específica de las impartidas en el centro ha buscado el modo de plantear obras y ejercicios que estudiasen la Luz.

Y el resultado entusiasma. Porque en base a ese compromiso común, se disparan las ideas y se aprecian mejor las variantes. Y los alumnos y las alumnas descubren el valor plástico de una sombra y, viajando en sus lomos, son capaces de llevarnos a vivir a lugares lejanos en casas diseñadas específicamente para la ocasión. O construyen poemas físicos y congelan instantes a la luz colgante de una bombilla. O escarban en lienzos negros y nocturnos para descubrir iluminando cómo se articula una figura o se exhibe –tímidamente- un grupo de monstruos.

Sumando acierto al acierto, la mayoría de las obras trabajan tomando como punto de partida –como, por otra parte, debe hacer siempre cualquiera que aspire a producir arte-, el entorno más cercano: compañeros y compañeras que prestan sus cuerpos como soportes para construir las esculturas; que ofrecen su imagen y sus movimientos a las cámaras; o que confrontan sus modos de hacer, tan diferentes como sus rostros. O que descubren, más allá de las paredes sólidas de su edificio, la propia luz que los envuelve.

Y sobrevolándolo todo, una alegría juvenil que se confunde con la que es inherente a la creación. Una coherencia y una fe en los proyectos que recorren las obras de la sala dándoles a todas una vibración eléctrica que empuja a ir de una a otra en alas de entusiasmo. Una apuesta por el trabajo artístico que viene determinada por la capacidad demostrada de encarar problemas concretos, de buscar soluciones propias, de desarrollar proyectos bien articulados.

Es una exposición, como hemos dicho, de fin de curso: Han llegado, después de nueve meses de trabajo, a un más que merecido descanso.

Pero es también un momento crucial. Si de verdad caló el aprendizaje, lo que se abre con el tiempo de ocio que asoma no es sino una oportunidad mayor para la mejora y la profundización en el juego del arte. Una oportunidad de buscar más allá de la presión de una nota, porque, como ya hemos comentado en alguna ocasión, el verdadero artista siempre tiene preparada una pregunta más. Y ya lo decía Brancusi, tan entusiasmado como deben estarlo quienes prepararon esta muestra: -“Sé artista. No dudes y lo conseguirás: Crear como un dios, mandar como un rey, trabajar como un esclavo.”

Y no abandonar nunca el templo, mirando con ojos hambrientos todo lo que va a ofrecer el verano, una vez que el alumno ha demostrado al maestro cuál es su verdadera capacidad.

Nono Granero

“La Luz (a ti debida)” Exposición Final de Curso del Alumnado de la Escuela de Artes Plásticas y Diseño “Casa de las Torres” Hospital de Santiago. Sala Pintor Elbo.Úbeda, del 2 al 18 de Junio de 2010.

lunes, 7 de junio de 2010

Romanza para pájaros.


Iba el trovador brincando por el camino, despreocupado y feliz, cantando maravillas. Pasó cerca de palacio, se asomó la reina Catalina a la ventana y se quedó prendada de sus encantos musicales. Llamole, “chsss buen mozo” y prometiole una vida de lujos si se convertía en su amante y le alegraba los bajos con sus romancillos, mientras el rey andaba ausente en mil batallas. Negose el trovador a tan pérfidas proposiciones y ella, despechada, lo mandó a la mazmorra. Permaneció el trovador trovando en la prisión durante meses y la reina escurriéndose en el trono con los lamentos que le llegaban del cautivo: “¡Ahí te pudras, ...ay!” Regresado el rey de la guerra oyó cantar al trovador y preguntó quién era el reo que tan bien cantaba. “Un juglar infame y violento” dijo ella. “Quien así canta, a fe que no puede ser salvaje y perdonada tiene de por vida cualquier bellaquería que cometiese”, contestó el rey. Y ordenó que lo liberaran y que se pusiera a cantar de inmediato en su presencia. Tan maravillado quedó el monarca de la tonadilla del rapsoda que lo nombró juglar de la corte, alcanzando fama y gloria en el reino entero y también su más alta confianza. Muy temerosa la reina Catalina de que, con tanta confidencia, el cantarín le cantara al rey sus deslices de cama, lo buscó una noche mientras dormía, le rebanó el cuello y arrojó su cuerpo a los cerdos. “Ah, marchose el juglar”, dijo la reina al rey por la mañana. A él le extrañó que el joven se marchara sin despedirse, tan amigos como habían sido y pensó que, para irse así, mucho debía de añorar su vieja vida de caminante. Pero dos días después las pocilgas del palacio estallaron en notas espléndidas y los cerdos, que se habían comido el cuerpo del juglar, cantaron maravillas y corearon un estribillo pegadizo que decía “asesina la cochina”. Muy temerosa la reina de que los cerdos acabaran delatándola, los mató a todos y de este modo, en el palacio, criados y nobles, soldadesca y clero, comieron tocinos y morcillas. De inmediato todos cantaron maravillas y otro interesante estribillo que decía “asesina catalina”. La reina, acorralada, y sobre todo harta de canciones, se arrojó desde la más alta torre estampándose como bemol sobre cuartilla. El rey que cerdo no comió, ni cantó ni supo, permaneció siempre ignorante de las cosas, como tonto, esperando el regreso de los pájaros. ___________ Luis Foronda. _________________________ Dibujo de Nono Granero.-

miércoles, 2 de junio de 2010

La vida útil

Podríamos comenzar recordando el inicio de Trainspotting: Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor... etc.

Trabajar, ganarse la vida, cumplir las obligaciones, prepararnos...

Hace años, en un articulito que perdí, escribía Fernando Savater que, normalmente, el espacio para lo que nos interesa, el hueco necesario para con nosotros mismos, sólo se podía encontrar a contratiempo. Para lo demás, para lo útil que inunda y justifica la rutina voraz del día a día, no hay que batallar, porque aparece solo. Pero para conquistar pequeños ratos en los que dejarnos crecer al sol, como tiernas plantas verdes pertenecientes a un mundo de suelo sin asfaltos, se necesita intención, esfuerzo y valor.

Y es que somos así: buscamos una cierta utilidad rentable, programados para ello por un principo de economía y ahorro que viene ya de fábrica entre los pliegues de nuestro cerebro. Seleccionamos lo que vemos con rapidez, dando de lado a lo que no sea significativo para eludir un obstáculo o interpretar una intención.

Sin embargo, quizá para compensar, necesitamos el baile, la música, las artes. Necesitamos dedicar un tiempo a esas actividades que, desde ese punto de vista utilitario, parecen absurdas.

Nosotros, desde esta Librería, intentamos apostar por esos otros modos que se nos antojan oxígenos y estanques en los que tomar aire y nadar. Porque sabemos que la vida no está completa sin otros puntos de vista, sin una atención pausada que dé respiro y nos deje paladear una comida que es algo más que alimento. Porque somos conscientes de que una actitud estética favorece la capacidad de recrear nuestro entorno conformándolo con valores adicionales.

A mí me ayuda a hacerlo, invitándome cada día a mirar distinto y a intentar comprender opciones diferentes e intereses variopintos un grupo de personas unidas en un Taller por una pasión común: aprender a pintar. Y por eso quiero darles las gracias hoy desde aquí.

Porque entre todos nos vamos dando cuenta de que quien se acerca a un lienzo no sólo construye una obra; no sólo elabora un adorno para sus días; no sólo se relaja o se entretiene en un rato único en el que quedan fuera las preocupaciones cotidianas, sino que también modifica esa misma cotidianeidad.

La transforma porque, en realidad, se transforma a sí mismo. Y aprende a comprender, a interpretar, a modificar, a rehacer. Aprende a gestionar proyectos, a diferenciar lo que ve, a utilizar la memoria visual reconociendo versos en imágenes, a desarrollar su capacidad de apoyar una decisión, de elegir un color. Y al hacerlo, abre puertas nuevas, también para quienes se hallan alrededor.

Y si Cézanne nos descubría la Montaña de Saint-Victoire, Mª Ángeles nos hace detenernos en los paisajes que tenemos más cerca y que a veces obviamos, del mismo modo en que Mariana nos lleva a conocer plantas y entornos de nuestras tierras o Paqui Ruiz abre horizontes, salpimentando nuestros otoños de verde perpetuo con matices desconocidos de fuego. Y Fina nos trastoca la mirada de la costumbre, proponiendo basculamientos para lo que eran habituales panorámicas. Mientras, Paqui Rodríguez o Petri apuestan por lo pintoresco encontrado en las calles en lugar de en los campos.

Y si, al pensar en un nenúfar, nos parece que el único modo de abordar el tema remite a un cuadro deshilachado de Monet vendrá Pilà para ofrecernos otras posibilidades de porcelana pulida. Y, mirando alrededor en lo pequeño, encontraremos texturas nuevas y vida contenida en las diminutas flores y los ácidos frutos ampliados por la mano de Mª Carmen, de Loren, de Araceli o de Paqui Unión.

Hay también quien quiere valientemente medirse con las hábiles manos de quienes llegaron más lejos, y juegan así el papel de intermediarios que favorecen nuestra comprensión de los maestros, como Alfonsa, Mari, Cristina, Luisa, Rosario, Antonia o Miguel Ángel. O quien prefiere buscar, como Antonio, imágenes propias; o quien acomete la imagen de sus propios ojos, como Paqui Cobo; o quien domeña las texturas imponiendo un modo grueso para unificar las obras, como Tere; o quien construye carnaciones con la meticulosa pulcritud de quien otorga una vida valiosa, como Toni o Isa...

Alguien podrá pensar que la actividad que desarrolla un taller como éste de pintura aficionada es menor. Pero 24 personas vemos cada día el mundo un poquito más interesante y variado, y lo hacemos también más rico para quienes nos acompañan.

Y no se me ocurre mejor finalidad para la tarea artística.

Nono Granero

(Por cierto: algunas de las obras que podéis ver arriba no están terminadas del todo. Aún así, ¿a que es un placer ver cómo se van armando?)