jueves, 17 de junio de 2010

Arte callejero

Siguiendo con la última costumbre que hemos tomado de buscar arte en lugares no habituales, hoy dejaremos nuevamente de lado las salas de exposiciones y, de paso, el resto de los sitios cerrados. Hoy recorreremos en busca de arte nuestras propias calles.
No hablo, claro está, de los garabatos escritos por infelices monos que orinan sus nombres sobre las paredes, queriendo hacernos ver que están ahí y que son únicos en su aburrida y desgastada manera de tiznar. Sino de esa otra opción que salpica de propuestas nuestro deambular cotidiano, proponiéndonos información u ocios.
Los carteles, que vienen generalmente a cumplir una función meramente informativa, pueden, si se les da el empuje y la consideración necesarios, convertirse en algo más. ¿Quién no guardó el de una película que le gustó especialmente? ¿Quién no entró alguna vez a una tienda para pedir que, una vez cumplida su función y su fecha, le reservaran el pedazo largo de papel para llevarlo a las paredes de su casa?
Porque el cartel, cuando es obvio, no hace sino confirmar lo que ya sabemos. Le importan más las letras y las fechas que cualquier otra consideración estética y nos deja fríos con su machacona melopea de rectángulos manidos.
Pero cuando quien lo confecciona pretende volar más alto, enriqueciendo nuestro paseo con notas sugerentes que parecen invitaciones; cuando quien lo realiza inventa -como Cassandre- lenguajes que olvidan las palabras y son más efectivos; o cuando el estímulo que constituye su esencia se utiliza como espejo de la vida más oculta, como hizo Toulouse-Lautrec, entonces ya no importa sólo el dato, sino que el aspecto visual toma el mando y nos lleva en volandas y nos sirve, como el aroma del azahar en primavera, para recordarnos tiempo después el evento y cuanto lo rodeó.
Pronto en nuestras calles, veremos uno de estos salpicando los muros. Porque para el XI Festival de Cuentos que se acerca, la ilustradora Mercedes González Peregrina nos propone un vuelo sencillo y limpio sobre el que escribiremos las historias por conocer. Y nos ofrecerá un mundo en que respirar el ambiente limpio de la escucha atenta. Y nos empujará hacia lo alto, volviéndonos pequeños asistentes absortos con el vuelo frágil de una historia que se mantiene unida a nuestro brazo y a nuestro corazón por el hilo delgado de una palabra mágica.
Y merecerá la pena pararse un minuto ante su obra, para dejarla convocarnos a su encuentro, sugerirnos un comienzo, provocarnos una trama, regalarnos preguntas nuevas.
¿Quién quedará enredado en el hilo de la cometa, en las letras del horizonte, en el abrazo tierno de la chica que vela sus historias frente a la luna?
Pronto, muy pronto, lo sabremos.
Nono Granero.

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