Iba el trovador brincando por el camino, despreocupado y feliz, cantando maravillas. Pasó cerca de palacio, se asomó la reina Catalina a la ventana y se quedó prendada de sus encantos musicales. Llamole, “chsss buen mozo” y prometiole una vida de lujos si se convertía en su amante y le alegraba los bajos con sus romancillos, mientras el rey andaba ausente en mil batallas. Negose el trovador a tan pérfidas proposiciones y ella, despechada, lo mandó a la mazmorra. Permaneció el trovador trovando en la prisión durante meses y la reina escurriéndose en el trono con los lamentos que le llegaban del cautivo: “¡Ahí te pudras, ...ay!”
Regresado el rey de la guerra oyó cantar al trovador y preguntó quién era el reo que tan bien cantaba. “Un juglar infame y violento” dijo ella. “Quien así canta, a fe que no puede ser salvaje y perdonada tiene de por vida cualquier bellaquería que cometiese”, contestó el rey. Y ordenó que lo liberaran y que se pusiera a cantar de inmediato en su presencia. Tan maravillado quedó el monarca de la tonadilla del rapsoda que lo nombró juglar de la corte, alcanzando fama y gloria en el reino entero y también su más alta confianza.
Muy temerosa la reina Catalina de que, con tanta confidencia, el cantarín le cantara al rey sus deslices de cama, lo buscó una noche mientras dormía, le rebanó el cuello y arrojó su cuerpo a los cerdos. “Ah, marchose el juglar”, dijo la reina al rey por la mañana. A él le extrañó que el joven se marchara sin despedirse, tan amigos como habían sido y pensó que, para irse así, mucho debía de añorar su vieja vida de caminante. Pero dos días después las pocilgas del palacio estallaron en notas espléndidas y los cerdos, que se habían comido el cuerpo del juglar, cantaron maravillas y corearon un estribillo pegadizo que decía “asesina la cochina”. Muy temerosa la reina de que los cerdos acabaran delatándola, los mató a todos y de este modo, en el palacio, criados y nobles, soldadesca y clero, comieron tocinos y morcillas. De inmediato todos cantaron maravillas y otro interesante estribillo que decía “asesina catalina”. La reina, acorralada, y sobre todo harta de canciones, se arrojó desde la más alta torre estampándose como bemol sobre cuartilla.
El rey que cerdo no comió, ni cantó ni supo, permaneció siempre ignorante de las cosas, como tonto, esperando el regreso de los pájaros.
___________ Luis Foronda. _________________________ Dibujo de Nono Granero.-
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