domingo, 31 de enero de 2010

Meridiano Cero.

Si la cara era don José, el maestro de matemáticas, la cruz era el padre Leandro, que a parte de religión nos daba geografía. Tan serio, tan estricto, pizarra y sotana en simbiosis perfecta, con su gesto de perro pachón explicando la procelosa disposición de los colores en los mapas. Todos los alumnos en un susto continuo, en un duermevela interior y vigilante, despertando en un parpadeo cuando resonaba sobre la tarima la palabra España. El día que el padre Leandro explicaba los meridianos terrestres yo tenía hambre de naranjas y atendía. Habló del meridiano de Greenwich, también llamado meridiano cero y dijo que era una línea que iba de norte al sur del planeta y que también pasaba por España, concretamente por la muy ilustre ciudad de Castellón de la Plana. ¡Qué curioso!, -pensé yo- el sitio donde viven mis titos. Dio la casualidad de que aquella misma semana santa nos fuimos a Castellón de la Plana a visitarlos y yo ya me marché con la idea de que no podía desaprovechar la ocasión de ver, in situ, el famoso meridiano cero. Nada más llegado, salí volando junto a mis primos por las calles castellonenses y después de mirar y remirar por todas las esquinas no vimos nada del meridiano, tampoco leímos indicaciones, señales o marcas que nos llevaran al sitio exacto por donde pasaba, y preguntados los guardias e incluso las personas con perilla, nadie nos dio datos del célebre meridiano. Desconsolado regresé al pueblo y al colegio y ya en la clase de geografía, levanté la mano y le conté al padre Leandro que había ido a Castellón y que no había visto por ningún lado el meridiano cero. El padre Leandro vino hacia mí con cierta parsimonia y, desde su altura negra, me dijo: . -"Niño, tú eres meridianamente tonto. El meridiano cero, o meridiano de Greenwich sólo existe en los libros, es una línea imaginaria, es una invención del hombre para no perderse, pero en realidad no se puede ver, porque no existe". - . -"Ah, - contesté yo desde mi más pura inocencia, - Entonces es como Dios". - Un escalofrío recorrió el aula, todos esperaban la más dura reprimenda del padre Leandro. Sin embargo, el cura me miró un largo rato, parpadeó y regresó a su mesa. Nos sorprendió la reacción del padre Leandro, claro. Pero aún así, lo que más nos llamó la atención fue que se sentó y estuvo el resto de la clase llorando en silencio.
________________________________ Luis Foronda ________________________ Dibujo de Nono Granero.

domingo, 24 de enero de 2010

Vida y milagros de Beligerio en Farsantia.

En la pequeña y galana república de Farsantia, graciosamente enclavada entre montañas, se vivía felizmente, con sus ríos y sus puertos, sus bichos, sus bichas, sus vivos y sus muertos. Entre tanta calma resonaban los discursos de Beligerio García, sátrapa, comadreja, político de nada y aspirante a todo, que iluminaba en el parlamento a sus señorías con soflamas de mostacho y palabras de taladro. Todo por tanto era sosiego en Farsantia hasta que un infausto día de Enero una joven fue violada. A preguntas de la policía, la muchacha dijo que su violador había sido un hombre negro. Estaba claro. Beligerio García, exigió en el parlamento que todos los negros fueran expulsados del país, y así se hizo. Sin embargo, unas semanas más tarde fue violada otra mujer, quien dijo que el causante de la violación había sido un hombre de aspecto árabe. Estaba claro. Beligerio García, reclamó la inmediata salida del país de todos los árabes. Y así se hizo. Algún tiempo después una tercera mujer sufrió otra violación y ésta por su parte dijo que había sido un gitano. Estaba claro. Antes de que Beligerio García acabara su enfurecido discurso, no quedaba ni uno. Sin embargo, en menos de un mes fue violada una cuarta muchacha, que atribuyó la violación a un vagabundo. Estaba claro. Beligerio García exhortó desde la tribuna la urgente expulsión de todos los pobres que hubiera en el país. Y así se hizo. Al fin la pequeña república de Farsantia parecía recobrar su tan ansiada calma, hasta que violaron a otra mujer. Esta vez la mujer violada dijo que el violador había sido un hombre blanco. Estaba claro. Beligerio García solicitó la inmediata expulsión del país de… todas las mujeres que fuesen susceptibles de ser violadas. Y así se hizo. De esta manera la pequeña y galana república de Farsantia recobró el orden y tan agradecidas estaban sus gentes, que Beligerio García, llegadas las elecciones, fue elegido por sus “brillantísimas ideas”, presidente vitalicio de la república. A los dos días justos de tomar posesión de su cargo, Beligerio García fue violado reiteradamente. Estaba claro. ___________________________________ Luis Foronda.
Dibujo: Nono Granero

domingo, 17 de enero de 2010

CARNE DE HOGUERA

En la soleada pero fría tarde del 16 de enero de 1520, Agustina de Pavesa, dama de la nobleza ubetense, fue conducida a la hoguera por una turba de enardecidos lugareños que elevaban sus letanías al Justo en un arrebato de locura mística. La joven Agustina, hija disoluta de una familia ilustre, había sido acusada formalmente por el Tribunal de la Santa Inquisición de brujería, herejía y amancebamiento con el mismísimo Demonio. Caminaba la muchacha con la mirada perdida, arrastrando los pasos sobre la tierra negra de la plaza. A lo largo del proceso, ella se defendió diciendo que las acusaciones eran falsas, venganza de su padre, simples invenciones de personas envidiosas. No le valieron sus argumentos frente al resentido y terrible Obispo Francisco Peña y a su grupo de acólitos, que junto a él esperaban ahora, ansiosos sobre la tribuna, regodeándose anticipadamente con el inminente espectáculo de las carnes exquisitas devoradas por el fuego. Era costumbre en toda ejecución de hoguera, designar por sorteo un hombre del pueblo que habría de encender la pira sobre la que se colocaba al ajusticiado. Hecho el sorteo ese día, se mandó llamar al elegido, que resultó ser un humilde artesano, llamado Pedro, dedicado a arreglar las botas de la soldadesca. Avisado con urgencia, dejó el hombre la ristra de botas que estaba arreglando sobre el mostrador y acudió a la plaza, en la que le fue entregada por el alguacil la antorcha con la que había de prender la leña sobre la que ya estaba amarrada Agustina de Pavesa. Arrodillado a sus pies, con la antorcha en la mano, Pedro miro hacia arriba y vio el rostro de la muchacha, que a su vez lo miraba horrorizada desde lo alto. El Obispo Francisco Peña elevó los brazos al cielo y pidió por el alma impúdica de la que iba a ser quemada. Pedro, sin encender la hoguera todavía, dibujó en sus ojos un gesto de confianza con el que miró a Agustina que, en ese instante, lo reconoció. Se impacientaron los presentes con la tardanza del hombre y al grito de “bruja”, la turba no esperó más y arrojó sus antorchas a la leña, que empezó a arder con rapidez. Entonces Pedro levantó enfurecido su siniestra al cielo raso, gritó latinajos incomprensibles, tronó, cubriose el cielo y de repente un manto de lluvia calló sobre la hoguera apagándola. Era una cortina espesa que caía solamente sobre ella. En el resto de la plaza, sobre los lugareños y sus bestias, sobre el Obispo Peña y el coro de miembros de la Santa Inquisición empezaron a llover ascuas de fuego, con una fuerza de pedradas ardientes, que los abrasaron sin remedio. Pedro se acercó a Agustina y la fue besando mientras la desataba. La tomó luego de la mano y corrió con ella. Por tamaña herejía, Pedro el Botero y Agustina de Pavesa, ardieron de pasión en las calderas del infierno, por los siglos de los siglos, amen. ______________________Luis Foronda. Dibujo: Nono Granero

sábado, 16 de enero de 2010

Elogio de la calma navegada

El viernes pasado vi en la tele, en un telediario, una breve nota de las que acostumbran a meter en ese día, que es, como sabemos, el destinado a las noticias de arte y cine para el público en general.
Un pintor, con mono blanco, cubo de pintura en la izquierda y brocha en la derecha, pinta, o construye, o improvisa, o crea, o arma –tengo dudas con el verbo adecuado-, una serie de cuadros –también tengo dudas con esta palabra-, a partir de lo que van tocando sobre el escenario que comparten, un par de músicos de jazz.
Y vistos los movimientos (y tengo que confesar que, más que vistos, fueron entrevistos, porque si bien es cierto que dan noticias sobre arte los viernes, la velocidad a la que las ejecutan nos lleva a imaginar que es algo que realizan contra su voluntad); vistos, en realidad, los aspavientos, pienso si realmente no será mejor que den la noticia así de corriendo, no vaya alguien a pensar que ésta es la manera en que se construye un cuadro.
El caso es que estas imágenes me han provocado un desequilibrio que ha atajado instintivamente el recuerdo de un librito pequeño.
Porque en las Baldas del Arte de La Librería, pasa también que los libros que más se hacen notar son aquellos que tienen gran tamaño, gruesos lomos, letras incandescentes o portadas escandalosas. Pero junto a ellos, ocultos, casi tímidos, hay otros cuyo valor no les va a la zaga.
Pasa así con el cuaderno-librito-catálogo que hoy revisamos: bajo una tapa sobria en verde, sin ilustración alguna, y con una delgadez que oculta lo jugoso de su interior, nos ofrece Fernando Zóbel tesoros tranquilos que gotean despertando rumores casi inaudibles, pero que perduran en lo hondo más que las rojas gotas de sangre de un millares o los gritos de torbellino nervioso de las mujeres de Saura.
Encontraremos en esta obrita una verdadera muestra, siempre callada, siempre pausada, siempre concentrada, del modo en que se lleva a cabo un trabajo intenso, serio, interesante.
Apuntes de formas y, sobre todo, de color, intenciones de vacío, pequeñas y delgadas líneas sobre las que dejar vibrar vegetaciones líquidas, rumores insistentes y ecos que desdoblan lo que vemos, haciendo que las orillas que dejamos atrás sean recordadas por las que vienen a continuación.
Rima Zóbel en sus obras los reflejos del agua, y hace de los blancos luces de un Leteo en que olvidarnos de cuanto no sea rumor y reverberación del agua.
Y, una vez limpios del ruido de nuestra vida pasada, nos conduce con este cuadernito por el curso de su aventura de pintor, como por recorriésemos las mismas entrañas de un río Júcar que pierde así su carácter local y se hace río ideal, referencia para siempre de los ríos que volveremos a cruzar en nuestra vida.
Hoy, como antídoto ante esas muestras falsas y veloces que insisten una y otra vez, como los malos anuncios, en que un cuadro se hace tan fácilmente como se consigue un préstamo personal, se eliminan las manchas de grasa o se cocina un pollo, os recomiendo esta obra que nos lleva, livianos y constantes, por el río que atraviesa la creación, y que sabe imprescindibles los remos de la contemplación, la observación y el silencio, si es que se quiere arribar a algún sitio interesante.
Para los que no, ya saben: un buen salto haciendo la bomba garantiza ese subidón de adrenalina que no sirve para nada y que te clava en el lecho limoso de un río que deja, por oposición al aspaviento, de fluir.
Nono Granero
Fernando Zóbel. Río Júcar. Museo de Arte Abstracto Español. Cuenca, 1994.

sábado, 9 de enero de 2010

PIZZICATO-POLKA A DOS TOSES

En la calle el tiempo era horrible, pero en su interior, el Viena Musikverein presentaba un formidable aspecto la mañana del primero de enero. En medio de un silencio expectante, Franz Welser-Möst, el más famoso director de orquesta del mundo, dio unos toquecitos en el atril, toc-toc, levantó su batuta y al primer movimiento de su brazo la orquesta sinfónica de Viena comenzó a tocar el Pizzicato - Polka de Johann Strauss. Nikolas Kleiber, uno de los espectadores de las primeras filas, escuchó enseguida una tos a sus espaldas, volvió la cabeza y descubrió a Katerina Krips, unas cuantas filas más atrás, intentando contener una tos terca e inoportuna. Nikolas Kleiber sonrió, se incorporó de su asiento y pidiendo disculpas fue levantando a todos los espectadores de su fila. El teatro fue entonces un revuelo de cabezas mirando como el bueno de Nikolas Kleiber intentaba acceder, a duras penas, al pasillo central y luego alcanzar la fila en la que tosía Katerina Kripss, levantar a su vez y pasar estrechamente por delante de todos y sentarse al fin en una butaca que, junto a ella, vacía estaba. - Mi querida amiga- le dijo en un susurro- tome usted, aquí tiene el pañuelo que me prestó el año pasado, cuando me dio a mí aquel ataque de tos, ¿se acuerda?. Nada, que he venido a devolvérselo, porque se acordará que después del concierto, no volvimos a vernos y se quedó en mi bolsillo. Katerina tomó el pañuelo que Nikolas le ofrecía y dándole las gracias despacito, se lo llevó a sus labios, aplacando la tos que luego, milagrosamente, desapareció. - Y dígame amiga mía,¿qué es de su vida? Y mientras ella le contaba, la sala se llenó de siseos y de ruidos de cabezas girándose hacia ellos con ojos inquisidores. Era tanto el murmullo que Franz Welter-Most, el más famoso director de orquesta del mundo, se giró hacia el público en silencio, sin dejar de mover sus brazos y señalando a Nikolas y a Katerina con la punta de la batuta, primero a uno, luego a otro, después a los dos juntos, batuta arriba, de pie, dirigió sus movimientos armoniosamente por la fila, los dos saliendo juntos allegro ma non troppo hasta el pasillo, los dos juntos Andante moderatto hasta la puerta del teatro y luego en el exterior adagio final de acompasadas toses en la hermosa y gélida mañana de Viena. ____________________________________ Luis Foronda. Dibujo: Nono Granero.