domingo, 17 de enero de 2010

CARNE DE HOGUERA

En la soleada pero fría tarde del 16 de enero de 1520, Agustina de Pavesa, dama de la nobleza ubetense, fue conducida a la hoguera por una turba de enardecidos lugareños que elevaban sus letanías al Justo en un arrebato de locura mística. La joven Agustina, hija disoluta de una familia ilustre, había sido acusada formalmente por el Tribunal de la Santa Inquisición de brujería, herejía y amancebamiento con el mismísimo Demonio. Caminaba la muchacha con la mirada perdida, arrastrando los pasos sobre la tierra negra de la plaza. A lo largo del proceso, ella se defendió diciendo que las acusaciones eran falsas, venganza de su padre, simples invenciones de personas envidiosas. No le valieron sus argumentos frente al resentido y terrible Obispo Francisco Peña y a su grupo de acólitos, que junto a él esperaban ahora, ansiosos sobre la tribuna, regodeándose anticipadamente con el inminente espectáculo de las carnes exquisitas devoradas por el fuego. Era costumbre en toda ejecución de hoguera, designar por sorteo un hombre del pueblo que habría de encender la pira sobre la que se colocaba al ajusticiado. Hecho el sorteo ese día, se mandó llamar al elegido, que resultó ser un humilde artesano, llamado Pedro, dedicado a arreglar las botas de la soldadesca. Avisado con urgencia, dejó el hombre la ristra de botas que estaba arreglando sobre el mostrador y acudió a la plaza, en la que le fue entregada por el alguacil la antorcha con la que había de prender la leña sobre la que ya estaba amarrada Agustina de Pavesa. Arrodillado a sus pies, con la antorcha en la mano, Pedro miro hacia arriba y vio el rostro de la muchacha, que a su vez lo miraba horrorizada desde lo alto. El Obispo Francisco Peña elevó los brazos al cielo y pidió por el alma impúdica de la que iba a ser quemada. Pedro, sin encender la hoguera todavía, dibujó en sus ojos un gesto de confianza con el que miró a Agustina que, en ese instante, lo reconoció. Se impacientaron los presentes con la tardanza del hombre y al grito de “bruja”, la turba no esperó más y arrojó sus antorchas a la leña, que empezó a arder con rapidez. Entonces Pedro levantó enfurecido su siniestra al cielo raso, gritó latinajos incomprensibles, tronó, cubriose el cielo y de repente un manto de lluvia calló sobre la hoguera apagándola. Era una cortina espesa que caía solamente sobre ella. En el resto de la plaza, sobre los lugareños y sus bestias, sobre el Obispo Peña y el coro de miembros de la Santa Inquisición empezaron a llover ascuas de fuego, con una fuerza de pedradas ardientes, que los abrasaron sin remedio. Pedro se acercó a Agustina y la fue besando mientras la desataba. La tomó luego de la mano y corrió con ella. Por tamaña herejía, Pedro el Botero y Agustina de Pavesa, ardieron de pasión en las calderas del infierno, por los siglos de los siglos, amen. ______________________Luis Foronda. Dibujo: Nono Granero

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