La mañana gris traía necesidad de contacto. Tú tenías rubor en las mejillas, un punto de brillo rojizo y un paño de humedad secreta a lo largo de tu cuello. Mirabas fijamente a la pizarra, ensimismada, como atendiendo a las explicaciones del maestro: "Cuando se ponen en comunicación dos depósitos que contienen un mismo líquido que, en principio están colocados a distinta altura, el nivel de uno de los depósitos baja y sube el del otro, hasta que ambos se igualan". Trataba el maestro de Física de revelar el secreto mismo de la vida y lo hacía con su habitual desgana. Qué idiota. Pero nos sobraba todo. No hacía falta tanta palabrería, ni tanta tiza, ni tanto detalle. Tú y yo ya lo habíamos entendido: llevábamos mucho rato con la manos juntas debajo del pupitre.-
Luis Foronda.
Dibujo de Nono Granero
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