Miro desde la ventana a los gorriones inflando las plumas ante el frío que llega. Vecinos desde siempre, creemos conocerlos, saber cómo son. Pero, ¿cuántos de nosotros distinguiríamos al macho de la hembra? ¿Cuántos de nosotros advertimos el cambio de plumaje del invierno a la primavera?
Pienso en pájaros mientras pienso en arte, inducido quizá por las cosquillas que me provocan las plumas en las salas escasas de exposiciones, y pienso en estos vecinos que de tan conocidos, de tan vistos, de tan sabidos, resultan en realidad invisibles. Pongo un ejemplo:
Yo pensaba este verano pasado que sabía quién era Otelo. Y me bastó leerme el texto, obligado por un curso en el que lo íbamos a trabajar, para darme cuenta de que no era así. Pasaba página tras página y no paraba de sorprenderme lo mezquino de Yago, lo atroz de su maquinación, lo taimado de sus manejos. Una y otra vez me entraban ganas de intervenir para aclararle al engañado lo que veía y advertirle de lo que descaradamente tejía ese tipo sin conciencia lleno de mala leche revestida en envase de dulce.
Luego, acabada la obra, me entró la duda: ¿yo sabía entonces quién era Hamlet? ¿Por qué Lear perdía su reino? ¿Debería comprender a Coriolano? Me di cuenta entonces, enlazando lectura tras lectura, de que hablamos a veces de esos hitos gigantes de la historia del arte o la cultura como podríamos hacerlo de la montaña que vemos a lo lejos en el atardecer y de la que sabemos su nombre sin haber caminado nunca sus senderos.
Por eso vengo a proponeros un vuelo fuera de las jaulas, que nos acerque, gracias a la magia a veces simpática de ese invento que es Internet, a observar de cerca y a nuestro capricho una de esas obras que uno cree conocer hasta que tiene la ocasión de recorrerla en su totalidad, aunque sea virtualmente.
Apuntad la dirección que me envió Guadalupe (a quien, por cierto, aprovecho para dar las gracias desde aquí):
http://www.vatican.va/various/cappelle/sistina_vr/index.html
Podremos aquí contemplar la Capilla Sixtina, sin aglomeraciones, girando la cabeza como un torcecuello y elevándonos hacia cualquier rincón para verlo detenidamente desde cerca, parados en el aire como un colibrí.
Disfrutaremos así del verdadero alarde de genio en la creación de posturas y figuras, de su disposición casi medieval en el aprovechamiento de los huecos de una arquitectura fingida, de las raíces iconográficas revisadas y sobre las que se erigieron las nuevas imágenes, y, sobre todo, de la inigualable riqueza a que el amor por la representación de los cuerpos lo llevó en volandas. Escorzos para un Jonás que desconocía, ignudi que se vuelcan y se retuercen sobre sí mismos, medallones que proponen enigmas nuevos que resolver en lo que antes parecía familiar y controlado.
Os invito, ya que el tiempo es malo para la ornitología en campo abierto, y ya que, aunque me encantan las aves, nunca me gustó una jaula, a volar libremente cerca del techo de la Sixtina, descubriendo a vista de pájaro esas cosas tan sabidas que, quizá por eso mismo, resultan, al final, desconocidas.
Nono Granero
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