sábado, 6 de febrero de 2010

Viendo pasar lo ineludible

Desde las baldas de La Librería no sólo vienen libros. Los libros, como montañas o lagos pacíficos a los que uno va en busca de sol, conocimiento y buena salud, son así una cosa estable, sólida. Pero en las baldas también anidan otras especies.
Las revistas, por ejemplo, son como aves viajeras, como caminantes que vienen de otro lado del mundo y nos traen noticias interesantes, extravagantes, chocantes y siempre distintas a las que generan nuestros pagos.
Y pueden anunciar buen tiempo o estaciones, como ocurre con la cigüeña de San Blas, que precisamente estos días debería hacer su aparición donde corresponda.
Las páginas de esas revistas especializadas –no, no me estaba refiriendo al HOLA-, son siempre un lugar para la sorpresa y el encuentro fortuito. Tras cada esquina del papel nos espera una imagen, una idea, una palabra detenida que puede abrirnos puertas desconocidas, desatrancar las oxidadas o, por qué no, quitarnos las ganas de probar nuestras llaves.
Hoy, desde esos campos horizontales que son las baldas verdes de nuestra Librería, viene una revista (el número 253 de LAPIZ), que hizo de cielo para sostener una única obra de Jochen Lempert, un artista del que sólo conozco la fotografía de más arriba. Pero que me es más que suficiente.
Se titula Anschütz (Cigüeña), es de 2006 y en ella eso es lo único que se ve.
Fotografiada “imperfectamente”, se sitúa haciendo equilibrios en el fiel de una balanza con un platillo de químicas y otro de físicas (dicho de otro modo: a caballo entre la fotografía tradicional que sabe de papeles, tiempos de revelado de grano y de sensibilidades y contrastes, y el dibujo que sabe de gestos e intensidades de grises, de presiones cambiantes y de dejar de decir.) Probablemente sea eso lo más interesante de esta imagen: sus vacíos, su espacio desnudo y su encarnadura: tan ligera, que parece contener el movimiento y nos hace dudar entre lo congelado y lo veloz.
Más se encarna que se sujeta en el aire. Más parece la agrupación azarosa de partículas elementales, conjugadas de forma caprichosa, que un animal completo con una intención. Está y no está, esta cigüeña, que parece japonesa, que parece transparente, que parece de papel de arroz.
La fotografía de Lempert está en los límites: eleva el grano a la calidad de textura y sugiere la mancha del ala en un gesto que no pudo hacerse. Pero no es Arte con mayúsculas esta fotografía por que se parezca a un dibujo trazado con carbón. Sino por otras razones de más peso que una ascendencia ilustre desde lo manual.
Tan natural como una gota de café sobre la mesa: tan rica, tan inevitable como que llegará la primavera. Es arte, porque es inexorable, ineludible. Es arte hondo esta fotografía, porque no puede uno objetar nada a su existencia, como tampoco podríamos hacerlo con una nube que se deshilacha y nos hace sentir como si nuestros ojos fueran líquidos que se desparraman por los cielos guiados por sus hebras. Es arte, en definitiva, porque usa el oficio para transportarnos a las brumas o al sol, a la calma o a la premura, porque refleja nuestra mirada cambiante y no se agota por mucho que la miremos. No contiene un mensaje ecológico, y, sin embargo, podría contenerlo con facilidad. No habla de evolución, ni de viajes, ni de igualdad, ni de derechos y, si quisiera, podría prestarse a sujetar ideas como éstas en sus alas difusas.
La miramos y sentimos el frío del aire sobre los árboles. Y en estos yermos inviernos de nuestros lugares, blancos por la nieve fría de la cultura escasa, esta imagen escondida en una revista se aparece como uno de esos pájaros exóticos o viajeros de que hablábamos arriba, en cuyas alas podemos recorrer parte de ese mundo que aún no conocemos y que, quién sabe si llegaremos a conocer algún día.
Nosotros, desde aquí, disfrutando su vuelo, seguiremos intentándolo.
Nono Granero

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