viernes, 23 de octubre de 2009

HOLA DE NUEVO

Para los navegantes de la vida, el verano siempre ha tenido esa condición de mar sosegado por el que dirigimos sin prisa nuestro barco cargado de ilusiones, perdiéndonos en islas desiertas y en puertos llenos de desconocidos, ese mar en el que vivimos aventuras insólitas que muy pocos nos atreveríamos a contar. Pero de repente se echa el otoño, el cielo se nubla de un día para otro, el frío llega sin avisar, y uno siente la necesidad de volver a casa antes de que estalle la tormenta, la urgencia de recalar en el puerto definitivo, en ese del que partimos hace tiempo, en ese en donde sabemos que nos espera la realidad tan temida o tan deseada. Después de varios años dando vueltas por el mundo, Ulises Fernández vuelve a su casa un domingo por la mañana. Su mujer, Penélope García, que ha estado esperando su regreso todo el tiempo, ahora no lo reconoce y al verlo entrar, creyéndolo un extraño, descuelga el teléfono para avisar a la policía. Trasformado por los excesos de la vida errante, la apariencia de Ulises Fernández es en extremo distinta a la que antaño tuvo. Su perro, sin embargo, que milagrosamente ha vivido hasta ahora, mueve el rabo con alegría y emite ladridos amistosos. Por eso, cuando Ulises Fernández dice por fin: “Hola, de nuevo”, ella lo acaba reconociendo, cuelga el teléfono y se lanza a sus brazos como una loca. En un remolino de besos, ambos, Ulises y Penélope destejen telarañas y se lanzan en un frenético trabajo de llenar la casa vacía con sus voces duales y con su presencia par. En sus conversaciones de enamorados aparecen palabras de pasión y de deseo, de estaciones malgastadas por el paso desolado de los días. Después, consumidas las palabras aceleradas, llegan las recelosas conjeturas del tiempo calmado y las preguntas, ¿por qué te fuiste?. Ulises, responde “no hablemos de eso” y le cuenta las aventuras vividas en cientos de mares y en miles de puertos, las luchas a muerte con cíclopes vestidos de Armani y amores con sirenas desnudas de brisas. Luego, consumido el tiempo también de las preguntas, sólo quedan los silencios, con ellos los remordimientos y la culpa. Y llegado el otoño, cualquier domingo, apenas unas semanas después, Ulises Fernández, como un extraño, se derrumba en el sillón, frente a la tele y se mancha la barriga de cerveza, mientras mira el partido de fútbol con denodada apatía. Entonces el perro viene a morderle la pierna, ella descuelga el teléfono y avisa a la policía. En fin, es inútil regresar sobre lo que ha sido y ya no es. Pasará el invierno y tal vez, un día, nos hagamos de nuevo a la mar, para no volver. ------------- Luis Foronda.

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