domingo, 8 de mayo de 2011

La vida eterna


Cerrar el negocio. Esa era la orden que llevábamos del juez. Cerrar el bazar chino Xaolín, el de la calle Real, por las continuas denuncias de fraude. El millón de baratijas que allí se vendían eran de bajísima calidad, no duraban nada, se agotaban o se rompían enseguida. Llegamos y apareció la dueña, Li Xaolín, entre la montaña de cachivaches apilados en un pasillo sin fin, que se prolongaba hasta oscuridades antiguas. Apareció como si saliera de otro mundo, de la ciudad prohibida o de la cueva de fumanchú, con la luz irreal que se colaba por el ventanal y que coloreaba el polvo suspendido. Menuda, maravillosa, con sus ojos rasgados, inmensos en su cara oriental. Muy sensual, voluptuosa de formas, afinada de gestos, piel de seda, labios rúbeos y sonrisa de daga. Le enseñé los papeles.
- Antes de las doce de la noche tiene que estar esto cerrado. Así que andando.
...Cara de pena, bajada de ojos:
-Sí, señor policía.
A las doce, fuera de servicio y de paisano, me pasé a comprobar si el bazar Xaolín seguía abierto. Lo estaba.
-Señor policía, no puede cerrarme, me moriré de hambre, no tengo otra cosa.
Sacó entonces Li Xaolín un frasquito de líquido transparente de entre los dedos y lo puso delante de mis ojos. Sonrió y acabó conmigo.
-Le haré un regalo si no me cierra.
-¿Qué es? –le pregunté.
-El elixir de la vida eterna - Contestó.
Qué idiotez: Una china hablándome de eternidad en una tienda en la que los artículos que se vendían no duraban ni una hora.
-Pruébelo, no pierde nada. – añadió.
Pude arrestarla por chantajista, por embaucadora o por mentirosa, pero a esas alturas ya estaba absolutamente ciego.
-Vale. Sólo un día más. Pero mañana a estas horas quiero el bazar cerrado.
Luego en mi casa, miraba el frasquito y pensaba en ella, narcotizado por su recuerdo, abobado, trascendido, ido. La vida eterna ...y miraba el frasco, vaya tomadura de pelo ...y abría el frasco, menudo engaño ...y me bebía su contenido... Puaj, era agua, agua del grifo.
Se estaba riendo de mí, la china, y yo tan tonto.
Volví esa misma noche al bazar dispuesto a todo.
- Le cierro a usted el negocio ahora mismo y déjese de zalamerías.
- ¿Probó el elixir de la vida eterna, señor policía? – me preguntó.
- Si. – dije simulando desagrado – Agua del grifo.
- ¿Cómo está usted tan seguro? – Preguntó
- Agua del grifo, le digo. Basta ya de tonterías.
- El elixir es bueno - insistió - Se lo prometo. Espere y lo verá. Espere y lo verá.
Extendió entonces su sonrisa y sus brazos hacia mí y me tomó de las manos. Susurrando “espere y lo verá” me llevó lentamente por el pasillo de las eternidades hasta el lecho de los instantes. Aquí espero yo, cada día, para comprobar que se cumple su promesa.
Luis Foronda.
Dibujo de Nono Granero.

1 comentario:

  1. Un buen polvo: esa es la vida eterna. Muy chulo y muy profundo como el pasillo de la china. Jejeje

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